Biblos y la diosa del amor
El milenario puerto libanés ha sabido preservar su romanticismo
Como hace tres o cuatro milenios, la diosa fenicia del amor, antecesora de Afrodita y Venus, habita en el pequeño puerto mediterráneo de Biblos, que los árabes llaman Jbeil, a media hora en automóvil de Beirut, en dirección al norte. Cerca del puerto y sus ruinas fenicias, helenísticas y romanas, un encantador local rinde un directo homenaje a la diosa. Es el café Ashtar, está situado en una calle empedrada y flanqueada por tapias abrigadas por flores olorosas, y allí puede tomarse un estimulante café turco y fumarse en narguile el mejor tabaco afrutado. Eso sí, a diferencia de los templos consagrados a la diosa en la antigüedad, el Ashtar no suministra la compañía; uno debe llevarla puesta.
Pero esto no plantea el mayor problema en Líbano, aunque el viajero haya llegado al país más solo que el dios de Abraham. Como siempre, muchos libaneses de ambos sexos -y tanto ellos como ellas son los ejemplares físicos más bellos de Oriente Próximo- son proclives a la aventura temporal o el compromiso a vida con el extranjero. Gratis, por pura devoción a Astarté.
Fui corresponsal en Líbano en los años ochenta, y en ese periodo me enamoré perdidamente de Beirut y de lugares de Biblos como la terraza con vista al viejo puerto fenicio del Fishing Club, que hoy continúa ofreciendo, además del clásico mezzé o tapas libanesas, fresquísimos erizos de mar, mariscos y pescados, todo ello regado con palomitas de arak, el aguardiente local. Aún lo regenta Pepe Abed, que habla castellano porque pasó mucho tiempo en México, goza de buena salud pese a su avanzada edad y puede entretenerte toda una velada contando historias picantes de sus clientes en la etapa dorada libanesa, los cincuenta y sesenta del pasado siglo. Gente como Marlon Brando y Ava Gardner.
Vitalidad y humor
No había vuelto a Líbano desde 1991, cuando se produjo la rendición del general Aoun frente a los sirios, los verdaderos triunfadores de los tres lustros de conflictos bélicos. Me resultaba difícil enfrentarme al nuevo rostro de un país que quise tanto cuando estaba desfigurado por la violencia. Pero he regresado en este verano de 2002 porque en mi reloj interno había llegado el momento, y debo añadir que no me arrepiento en absoluto. Si no fuera porque está donde está, aplastado entre Siria e Israel, Líbano sería un destino turístico ideal. No sólo por la imbricación entre el mar y la montaña, el maridaje de exotismo oriental y comodidades occidentales, su excelente cocina y los festivales musicales de Beitedin y Baalbek, sino, sobre todo, por su gente. Por la vitalidad, el humor, la hospitalidad y la tolerancia de su gente.
Me asomo a la terraza de mi habitación en este hotel de charme llamado Byblos-Sur-Mer y contemplo a la izquierda el viejo puerto fenicio con sus barcas de pescadores y sus bateaux-taxi, y a la derecha, una playa popular en la que se bañan damas enteramente cubiertas por un chador negro y otras prácticamente desnudas salvo por biquinis liliputienses. La buena noticia es que la paz de Líbano -basada políticamente en la ceremonia del olvido y el protectorado sirio, y económicamente en la corrupción y la especulación inmobiliaria- ha preservado la libertad y diversidad de costumbres del país. En Beirut, Junieh o Biblos coexisten desde el integrismo shií del Hezbolá hasta el exceso ibicenco de mar, sol y sexo, pasando por todo lo que uno puede encontrar en El Cairo, Casablanca, París, Nueva York y Los Ángeles. En estos tiempos amenazados por el choque de civilizaciones, Líbano es de nuevo el único país del mundo árabe donde cada cual va de lo que quiere y hace lo que le apetece.
Un libro reciente tilda a Líbano de 'la república de cemento'. Contemplando Beirut desde su casa en las colinas de Hazmíeh, un amigo, en la misma línea, calificó a la ciudad de 'Karachi-Sur-Mer'. Es cierto que resulta impresionante la rapidez con la que los libaneses han construido un nuevo aeropuerto, han parcheado sus infraestructuras, han levantado hoteles de cinco estrellas, han rehecho con gusto el centro de su capital y han reabierto el Museo Nacional, que contiene una deliciosa colección de antigüedades fenicias. Pero también estremece de dolor el espectáculo del muro de cemento -alto, feo y sin la menor concesión a lo verde, puramente tercermundista- con el que han enterrado Beirut y sus costas y montañas adyacentes. Biblos, no obstante, se salva. Protegido por Astarté, patrona de la ciudad, y también por la Unesco, el viejo puerto fenicio está tan intacto y exuda tanto romanticismo como cuando Marlon Brando y Ava Gardner lo visitaron de la mano de Pepe Abed.
El Gobierno libanés sueña con que la llegada de un millón de turistas amortigüe la crisis económica en la que vive la mayoría de la población, salvo esa amplia minoría propietaria de los flamantes Mercedes, BMW y Jaguar que aparcan frente a los bares, restaurantes y discotecas de lugares de moda como Monot Street. Los turistas esperados proceden de los países petroleros del Golfo. Occidente les resulta incómodo por la desconfianza hacia lo árabe provocada por el 11-S, y Beirut les atrae por sus hoteles con el aire acondicionado a temperaturas gélidas, la posibilidad de consumir alcohol hasta el desmayo y una amplia oferta de hermosas prostitutas locales y eslavas.
Pero este contingente de saudíes y kuwaitíes no llega a Biblos. A estos nuevos ricos en disdacha no les atrae el embrujo de las callejuelas donde pequeñas mezquitas de piedra labrada coexisten con iglesias tan minúsculas y tan pintorescas, ni los fósiles y reproducciones de antigüedades fenicias del zoco local, ni la posibilidad de nadar, remar en haske o patera, o hacer jet-ski en la vecindad del que fue principal puerto comercial del Mediterráneo; ni la gracia naïf del museo de cera de historia libanesa, o la calidad de los productos del mar de restaurantes como Fishing Club, Bab el Mina o L'Oursin. Así que si llega allí, el viajero occidental tiene todo Biblos para sí. Un lugar perfumado por algas y jazmines, ideal para una primera, segunda o tercera luna de miel, siempre y cuando se le rinda el tributo debido a la veterana y siempre hermosa Astarté.
GUÍA PRÁCTICA
Población: Líbano tiene 4,3 millones de habitantes. Moneda: un euro = 1,5 libras libanesas.
- Syrian Airways (915 47 99 39). Desde Madrid a Beirut, los miércoles, y regreso, los martes. Ida y vuelta, 438 euros más tasas. - Vuelos chárter con la agencia de viajes Nakhal (606 55 55 16). Desde Madrid (jueves) y Barcelona (domingo) a Beirut. Hasta el 12 de septiembre, 615 euros con tasas. - Air France (901 11 22 66). Todos los días. Desde Barcelona o Madrid a Beirut, vía París, 620 euros con tasas.
- Byblos-Sur-Mer (00 961 9 548 000; www.byblossurmer.com.lb). Playa propia. La doble, 100 euros. - Hotel Ahiram (00 961 9 540 440). Biblos. La doble con desayuno, 54 euros.
- Fishing Club, Bab el Mina y L'Oursin. Terrazas con vista al puerto fenicio. Unos 30 euros. - Zoco de Biblos. Fósiles de peces y reproducciones de antigüedades fenicias. Regateo de rigor.
- Embajada de Líbano en Madrid (913 45 13 68). Datos turísticos. Visado obligatorio (39 euros en la embajada) y gratis para ciudadanos de la Unión Europea en el aeropuerto de Beirut. - www.lebanonlinks.com
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