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Crítica:LOS PLACERES DEL MIEDO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Temores que vuelven

Decir que un intelectual es francés viene a ser una forma de redundancia. Jean Delumeau responde perfectamente a cierto arquetipo: universitario de prestigio, profesor del Colegio de Francia durante veinte años, distinguido con la Legión de Honor... Más en particular se le ha definido como un católico de talante abierto. El volumen de homenaje que se le dedicó en 1997 llevaba el significativo título de Homo religiosus. Desde su especialidad (historia de las mentalidades en el Occidente moderno) ha investigado determinadas nociones como el paraíso, el perdón, la confesión, la esperanza o el miedo. Estas historias sectoriales son complementarias de la historia general, en las que se basan. Recorren bajo una determinada luz el pasado que creíamos conocer. Hasta 1978, momento de la primera edición de este magno libro, sólo existían acercamientos parciales a la historia del miedo, a pesar de que la literatura, la iconografía artística, el cine o la psiquiatría lo habían llevado a la primera línea de sus intereses, por considerarlo uno de los signos de la humanidad.

EL MIEDO EN OCCIDENTE (SIGLOS XIV-XVIII). UNA CIUDAD SITIADA

Jean Delumeau Traducción de Mauro Armiño Taurus. Madrid, 2002 651 páginas. 18,95 euros

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'El miedo se utiliza porque se tiene miedo'

El miedo -propone Delumeau- ha estado ausente de la historia por hipocresía, en la medida en que la historia de Occidente, emparentada con la épica, cuando no heredera suya, quería sólo héroes. Por eso no ha querido saber de ese sentimiento asociado a los cobardes. Frente a ellos, nombres tan significativos como los de Juan sin Miedo o Carlos el Temerario. Don Quijote reprende el miedo de Sancho, y Don Juan el de su sirviente sevillano. Claro, que ya Virgilio había considerado el miedo prueba de bajo nacimiento.

Delumeau entra en la delicada tarea de clasificar los tipos de miedo: natural o cultural, individual o colectivo. Él estudia los miedos colectivos y culturales. No en vano entiende que su tarea como historiador es 'la transposición de lo singular a lo plural, y de lo actual a lo pasado'. Cronológicamente se centra en el periodo comprendido entre los siglos XIV y XVIII. Lógicamente, las brujas, el demonio, la muerte, la magia, el infierno, el juicio final, la religión cristiana y las otras religiones se erigen en protagonistas. Algunos capítulos rozan la magnitud de monografías. Los que tratan del miedo del hombre a la mujer elaboran un espeluznante tratado de lo que fue la misoginia occidental (con valiosas informaciones sobre el sacerdocio femenino en la Iglesia católica). Otros miedos (al judío, al musulmán, a las fiestas paganas, a la blasfemia, a los mendigos) me parecen variaciones del mismo tema: es el miedo multiforme de lo que el autor denomina 'la policía cristiana' en la Europa de las reformas protestante y católica. Falta en el libro un tratamiento con detenimiento de lo que podríamos llamar los miedos simétricos. ¿Qué pasa con el miedo de la mujer al hombre? ¿Y con el que tantas personas tuvieron a la Inquisición?

El periodo que ha elegido Delumeau (parte del Medievo y de la Modernidad) es el más representativo de Occidente sólo por la cantidad de miedos. De acuerdo con sus presupuestos, entre los temas de este libro están los fantasmas, pero no la filosofía. De la Antigüedad se mencionan dioses arcaicos que a veces eran sólo nombres (Deimos, Phobos, Pavor y Pan, el que dará pánico), pero no se analiza al filósofo definitivo como referencia histórica previa. Mucho antes de ese retroceso hacia el miedo que conoce el Occidente cristiano, Epicuro se propuso liberar al hombre de los miedos que lo atenazaban, incluidos los de las religiones o las supersticiones (lo mismo nos da que luego se llamen Inquisición o brujas). Un solo filósofo puede partir en dos la historia, ya lo dijo Nietzsche. Epicuro partió en dos la historia del miedo en Occidente, y su referencia debería ser inevitable en cualquier análisis de épocas posteriores. A veces, a nuestros historiadores les cuesta levantar acta de la historia como retroceso.

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