El alma de la Festa
La callada labor de cientos de ilicitanos hace posible cada año el Misteri de Elche
'Maestro, diríjanos por última vez'. La escena es fácilmente imaginable. María Tormo se emociona cuando la evoca. 'Ahí estaba mi padre, en el campo , dirigiendo a sus cantores, que pusieron en esa última interpretación lo mejor de sí mismos. Cuando se marcharon, le dije: 'Parito, ha sido precioso, ¿verdad?'. Y él, triste como estaba por todo lo que había pasado, me contestó: 'Dentro de un tiempo, ya no se acuerda ninguno'.
Pero se acuerdan, vaya si se acuerdan. Nos acordamos.
Pascual Tormo, el Mestre Tormo, conocido popularmente por el apodo de El Caragolet, que él ostentaba con orgullo (rubricaba su nombre con una batuta y un pequeño caracol), acababa de dimitir de su cargo como maestro de capilla del Misteri. Y los cantores que tantas veces habían recorrido el andador, pisado el cadafal o descendido del cielo bajo sus precisas indicaciones, fueron a entregarle (con Sixto Marco, el inolvidable San Juan, a la cabeza) la palma blanca de la Virgen en señal de cariño y espontáneo desagravio.
Sucedió en 1958. El Mestre Tormo lo deja muy claro: 'Yo tenía hecho el ánimo de irme si le nombraban del patronato, porque sabía a lo que venía y no quería colaborar con él en nada que se relacionara con la Festa'. Así lo expresa en sus memorias, inéditas, que la generosidad de su hija, María, y de su yerno, Ramón Segarra, puso en mis manos cuando ultimaba la preparación del libro La Festa d'Elx, que el Ayuntamiento ilicitano acaba de publicar, y en el que se recoge por primera vez este importante testimonio.
En 1924 Óscar Esplá pide ayuda a Pascual Tormo para montar la judiada, y el músico ilicitano acude a los coros populares que tan bien conoce en busca de buenas voces, con las que se pone a ensayar de inmediato. Es tanta la importancia que Tormo concede a este hecho, que escribe: 'El año 1924 ha sido para mí inolvidable, porque el 9 de abril me casé (...) y por montar la judiada'. Después, sigue profundamente vinculado a la Festa, siendo nombrado Mestre de Capella en la inmediata posguerra. Cuando se vuelve a encontrar con Esplá, en 1958, le dice: 'Don Óscar, Dios quiera que así como hemos estado ahora 34 años sin vernos, dentro de 34 años tengamos la suerte de volvernos a saludar'. Y presenta su dimisión.
El Mestre Tormo es, por su trabajo y por su actitud, todo un símbolo de la labor callada y no suficientemente reconocida de cientos de ilicitanos, algunos de ellos anónimos para siempre, que a lo largo de siglos han sostenido sobre sus hombros el Misteri [ayer se celebró en la basílica de Santa María la primera parte, la Vespra].
Viéndolo ahora en todo su esplendor, con cámaras de última generación de la televisión japonesa recogiendo hasta el menor movimiento, con complejos equipos de grabación surround, con el interés creciente de los medios de comunicación, volcados en el único bien español proclamado por la Unesco Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad, es todavía más admirable la entrega de quienes hicieron, en los años difíciles, de la Festa una forma de vida. De quienes, en definitiva, han sido y siguen siendo -se puede sentir su espíritu flotando en el aire de la basílica- la auténtica alma de la fiesta.
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