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Columna
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Madrid entorna por vacaciones

'Madrid no cierra por vacaciones' dice el Alcalde. Es verdad, sigue abierto El Corte Inglés y la perrera, pero nuestro peluquero se ha ido de veraneo a Denia y el taller de coches echa el pestillo por las tardes desde junio. Ni Madrid en verano es the city that doesn`t sleep ni es El Dorado de otros tiempos, ese territorio 'con la gente justa' tan paradisíaco como cualquier playa.

Es cierto que la ciudad se mantiene activa en verano, una prueba de ello es la caducidad de un viejo mito: hay aparcamiento. En agosto uno pasea a veinte por hora por las calles, quizá con más holgura que en febrero, pero los huecos que encuentra siguen siendo vados, plazas de minusválidos (quienes sí parecen haberse ido de vacaciones) y espacios reservados para contenedores.

El madrileño en agosto coge el coche confiado en sus posibilidades de aparcamiento, pensando que la mitad de la población está en la costa, pero no, los presuntos fugados tan sólo parecen haber movido sus vehículos hasta la orilla de 'tu' acera. Hay menos coches circulando pero siguen ocupadas todas las plazas, ¿qué ocurre? ¿toda la gente que se ha marchado lo ha hecho en tren o en avión? las largas colas en las carreteras mostradas por Tráfico, ¿no apuntarán a Madrid? Además, es preferible, por cómodo y familiar, el tradicional atasco con dos carriles, que la circulación semifluida por uno sólo debido a que el otro está cortado por obras (y no se puede girar a la derecha).

La emigración vacacional ya no se produce súbitamente en agosto. Los períodos de libranza de los madrileños son cada vez más escalonados, por lo que ha dejado de desertizarse radicalmente la ciudad a finales de julio. 'La semana que viene se habrá ido todo el mundo' se dice uno al tener que conformarse con la fila 32 del cine, y lateral. Pero ese mañana nunca llega. Con el tiempo el madrileño ha ido perdiendo la ilusión, tanto de quedarse en agosto en un Madrid sin 'marcha' los martes, como de escaparse a un apartamento de alquiler en vigésimosexta línea de playa. Las buenas vacaciones se disfrutan ahora en el verano de países remotos, es decir, durante nuestro invierno.

El habitante de Madrid en verano ya no es un privilegiado. Sigue sin hallar mesa en las terrazas de los restaurantes si no la reserva con antelación, pero además padece la supletoria contrariedad de que la asistenta tenga derecho legal a unas vacaciones, y familia en Palencia.

Para los hombres la sabana suculenta y despejada en la que se transformaba Madrid cuando la familia se perdía en el 127 con la colchoneta y el abuelo atados a la baca se ha desvanecido. Los rodríguez, aquellos sagaces guepardos del ligue madrileño, se han extinguido. Los míticos y genuinos ejemplares de los años cincuenta, sesenta y setenta, aparte de haberse convertido hoy en el viejo de la baca, campeaban en un panorama muy diferente al actual.

Desde que las mujeres trabajan, Madrid está más poblado, y los rodríguez, o han desaparecido, o han mutado en otra especie de infiel mucho más sigiloso y famélico. Para el hombre, Madrid en agosto ya no es lo que era. Hoy los trabajadores deben conformarse con reunirse a comer en los Gino's e intercambiar fanfarronerías sobre lo que harían con la secretaria o la camarera si su mujer estuviese quemándose los hombros en Gandía. A las dos semanas se irán a Valencia con los niños y la colchoneta, y su mujer, con ademán condescendiente, les untará de leche protectora.

En los últimos años la mujer trabajadora ha descubierto un nuevo Madrid en agosto, diferente al estereotipado. Las chicas han corroborado que la ciudad en verano ya no es como contaban, que los turistas no son exóticos millonarios con la nariz pelada sino ruidosos comunitarios con camisetas de fútbol falsas. Cuando han querido aprovecharse del edén prometido se han topado con una encrucijada: por al mediodía treintainueve grados en la calle y en la sobremesa Mamma Mía en la tele. Pero aún sobrevive una última leyenda del plácido Madrid estival: las terrazas.

En fin, te organices como te organices, el Trofeo Bernabéu siempre te pilla fuera de la ciudad, mientras que la invitación de alguien para asistir al concierto coñazo de la Villa te caza aquí seguro. Madrid no cierra por vacaciones ni acaba de abrir, deja la persiana metálica a esa altura contra la que siempre te golpeas la cabeza.

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