El 'baile de las metralletas' invade el Festival de La Unión
La primera gran gala del XLII Festival Internacional del Cante de las Minas nos trajo una auténtica tempestad de metralletas disparando a compás. Estoy hablando del baile flamenco de Antonio Canales y sus bailaores, que se basa fundamentalmente en esa insistencia repetitiva en el taconeo.
Ellos integraron la segunda parte de esta gala, poniendo en escena el espectáculo, ya representado antes, Bailaor. Ya sabemos que hoy el baile flamenco de hombre -también el de mujer, pero más el de hombre- abusa del zapateado hasta la saturación, pero lo de Canales fue una pasada. Trabajó mucho, desde luego, nadie puede acusarle de vagancia. Hizo en solitario tres bailes largos, larguísimos, a mayor gloria suya, recreándose en su acostumbrada estética de puños al aire, zapateados inmisericordes y saltos espectaculares.
Da lo mismo que fueran bulerías por soleá, siguiriyas o soleares: al final todo sonaba lo mismo.
Porque no es sólo Canales. Trae tres jóvenes bailaores, excelentemente preparados, es cierto, que son verdaderos clones del maestro, con lo que el espectáculo, hora y media larga, es un casi ininterrumpido detonar de las botas.
Armonía
Es cierto que el baile flamenco es también percusión. Pero no sólo. Es mucho más, es que todo el cuerpo se implique en el baile, con una armonía, con un sentido incluso en el más leve amago. Mucha gente que no conozca gran cosa del tema creerá, y más con la popularidad mediática que Canales arrastra, que esta tormenta de estampidos incesantes y rapidísimos es paradigma del baile flamenco, pero en modo alguno es así, ni de lejos. Están equivocando a esta gente.
Cantó Carmen Linares, acompañada por la guitarra, excelentísima, de José Antonio Rodríguez. Quien por cierto ganó aquí en 1981 el premio del concurso de guitarra, aunque en la documentación promocional que distribuye el festival parece que se les ha olvidado este dato. Carmen hizo un recital clásico. Está bien de voz y tiene ese rajo personal tan flamenco que ha adornado siempre lo mejor de su cante. Por tarantas, por siguiriyas, cantó como se deben hacer estos cantes, rompiéndose sin perder el equilibrio de los mismos.
Por cierto que cantaora y guitarrista se quedaron perplejos, o así nos lo pareció, cuando mientras recibían el aplauso del público al término de uno de sus números vieron cómo personal auxiliar invadía un lateral del escenario para instalar un atril. Se trataba de la entrega a Génesis García Gómez del Carburo de Oro, uno de los galardones de este festival.
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