_
_
_
_
Reportaje:

Tregua turística en Marruecos

Las tensas relaciones entre los gobiernos provoca un considerable descenso de viajeros españoles en el país norteafricano

'Los españoles han cerrado el grifo'. Ahmed Houbayei, guía turístico que cada día se busca la vida en las puertas de los hoteles de Marraquech,

retrata con esta sentencia una de las consecuencias de la crisis por la que atraviesan las relaciones entre los gobiernos de España y Marruecos. Marraquech, una de las seis ciudades imperiales marroquíes que pasa por ser el principal núcleo turístico del país, es estos días un hervidero de visitantes, pero en el mes vacacional por excelencia los españoles sólo llaman la atención por su ausencia. La ciudad está tomada por franceses, italianos, alemanes y, en menor medida, portugueses y japoneses.

'Es una pena, pero este año el catálogo de Marruecos se va a quedar como llegó, casi sin abrirlo', corrobora una empleada de una de las más importantes agencias de viajes españolas. La nómina de desencuentros entre los gobiernos de ambos países (conflicto por el islote Perejil, la llamada a la movilización del rey Mohamed VI para reivindicar la soberanía de Ceuta y Melilla, o la posición de España respecto al referéndum de independencia en el Sáhara) parece demasiado extensa para que el turista obtenga buenas sensaciones sobre la consecución lo que más codicia: tranquilidad y bienestar.

'Una cosa son los gobiernos y otra la gente', asegura un guía de Marrakech
Los visitantes reconocen un trato exquisito, pero se quejan de que les piden dinero por todo
Más información
Ofertas de circuitos por poco menos de 300 euros
Palacio considera acuciante hablar de inmigración ilegal con Benaissa
Dossier:: La crisis del islote Perejil
Multimedia:: El Ejército español retoma Perejil

Pero como el mismo Ahmed explica, 'una cosa son los gobiernos y otra cosa la gente'. Y apostilla: 'Es una vergüenza; España y Marruecos somos vecinos, amigos desde hace siglos, y siempre nos hemos entendido y tendremos que seguir entendiéndonos'. Ahmed sabe mejor que nadie sobre los efectos negativos que la caída del turismo español puede tener sobre la economía real marroquí, entre otros, la merma de sus propios ingresos. Y los de sus vecinos y amigos, como el taxista con el que se reparte 300 dirhams (unos 30 euros) por el recorrido de una mañana, o de tal o cual vendedor de cerámica, teteras, mesas y cajas de madera y metal, o, sencillamente babuchas, con los que comparte complicidades y beneficios.

Y la realidad es que el trato que los marroquíes dispensan al turista español es, por lo general, sencillamente exquisito. Incluso en caso de pérdida de una maleta. A diferencia de lo habitual en otras líneas aéreas, la Royal Air Maroc siempre ofrece una respuesta amable y convincente, hasta empeñarse en hacer real la eficacia que la compañía asegura tener en la autopropaganda insertada en el dorso de la copia del impreso de reclamaciones. Primero: 'Su maleta llegará a Casablanca en un vuelo a las cuatro de la tarde procedente de Madrid'. Más tarde: 'Su maleta está en Casablanca y saldrá en un vuelo hacia Marraquech a las 6 de la tarde'. Y por fin una llamada telefónica al hotel sobre las 7 de la tarde informa de que la maleta ya está a disposición de quien debía haberla tenido 20 horas antes.

Hay conductores como Mohamed El Harrad que acaban haciendo agradable la tortuosa travesía en coche entre Casablanca y Marraquech, unas tres horas y media para 216 kilómetros. Pese a su desconocimiento del castellano, no cesa en la conversación ni en satisfacer de su propio bolsillo las necesidades del viajero: comer, beber, un café... El conductor se carcajea sin pudor cuando se le pregunta por Laila (nombre marroquí de la isla Perejil) y balbucea en árabe algo que suena a 'menuda tontería'.

La carretera ofrece una intensa circulación de coches que transportan familias numerosas cargadas de equipaje. Igual que las que llegan a Algeciras, a fin de cuentas el Estrecho de Gibraltar sólo es un paso en el camino; llegar a Tánger sólo supone en muchos casos el anuncio de las 8 o 10 últimas horas de viaje. Las ventas están atestadas de viajeros que comen cordero y beben té, y en quienes nunca se aprecia una mirada desconfiada.

Hay quien como El Larbhi, camarero de la sala de fiestas Semiramis, echa de menos a los españoles. 'Son como nosotros, les gusta estar en grupo y conversar mucho, pero ahora vienen muy pocos, siempre en verano y en Semana Santa han venido muchos', afirma. El vacío de la discoteca a medianoche atestigua que los franceses son más aburridos.

Óscar, un turista onubense, reconoce que cuando surgió el conflicto del islote Perejil pensó suprimir el viaje que ya tenía contratado con su novia por varias ciudades de Marruecos, y confiesa: 'Me alegro de no haberlo hecho, todo esto es precioso y no sólo no hemos tenido ningún problema, sino que en todos sitios nos han tratado de maravilla'.

Trinidad, una mujer malagueña, sólo se queja del 'continuo sacaliñeo' de los marroquíes, y asevera que llega a ser 'muy incómodo y muy molesto'. Y es que en Marruecos se pide por todo, incluso saber hablar español es considerado por algunos motivo suficiente para una recompensa. Tomar fotografías en la medina de cualquier ciudad resulta imposible sin rascarse el bolsillo. De ello viven los saltimbanquis, encantadores de serpientes, cuentacuentos, músicos y aguadores que cada atardecer ambientan la plaza Jemaa el-Fna de Marraquech.

'El otro día compramos una supuesta daga bereber que no sé para qué queremos, pero el vendedor nos cogió por el brazo y antes de que mi marido pudiera reaccionar ya tenía tres cuchillos en la mano, le pedía 600 dirhams y se la llevó en 300; así contado parece una buena operación, pero al final te queda la sensación de que te han engañado', cuenta Trinidad.

La turista malagueña pone otro pero: 'Es barato, pero no tanto como nos habían contado'. Aunque al final reconoce: 'Marruecos es estupendo'.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_