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Columna
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Contraste hipócrita

En la misma semana en que se están celebrando los campeonatos europeos de atletismo en Munich se ha producido el desalojo y detención de los inmigrantes encerrados en la Universidad Pablo de Olavide. Creo que vale la pena reflexionar sobre ambos acontecimientos simultáneamente, porque es mucho el provecho que puede extraerse de esa reflexión conjunta.

Cualquiera que haya seguido los campeonatos habrá podido comprobar la extraordinaria presencia de atletas negros y de origen marroquí en dichos campeonatos y el número extraordinariamente elevado de medallas conseguidos por tales atletas. Las tres medallas de oro conseguidas hasta el sábado por Francia, por citar uno de los casos más significativos, lo fueron por dos atletas negros y por un atleta de origen marroquí. La medalla de Gloria Alozie representando a España en estos campeonatos así como la de Niurka Montalvo en los campeonatos del mundo de Sevilla de 1999 estarán también con seguridad en la mente de todos los lectores.

El orgullo con que se habla de las medallas obtenidas por la incorporación de atletas negros resulta obsceno cuando se pone en conexión con el problema de la inmigración africana

La presencia de estos singulares atletas europeos en los campeonatos subraya de manera harto elocuente la hipocresía de nuestras sociedades, que al mismo tiempo que están adoptando medidas extraordinariamente duras frente a la inmigración de origen africano, compiten por enrolar cuantos más atletas africanos pueden en sus equipos nacionales, con la finalidad de obtener el mejor palmarés posible. El orgullo con que se habla de las medallas obtenidas por Francia, Inglaterra o España como consecuencia de la incorporación de atletas negros resulta obsceno cuando se lo pone en conexión con la forma en que nos enfrentamos con el problema de la inmigración procedente de África.

En realidad, la manipulación en clave nacionalista de los atletas negros no la han inventado los europeos. Desde hace muchísimos años me ha venido llamando la atención en la celebración de los Juegos Olímpicos y de los campeonatos del mundo de atletismo el contraste entre la presencia de atletas afroamericanos en las pistas y de ciudadanos blancos estadounidenses en las tribunas portando la banderita con las barras y estrellas. Las manifestaciones de orgullo nacional de la población blanca americana como consecuencia del triunfo de los atletas negros no la he podido nunca desvincular del hecho de que un tercio de la población afroamericana entre 18 y 35 años, es decir, de la edad de los atletas que compiten en las pistas, ha entrado en contacto con el sistema penal y se encuentra en una situación de prisión o bajo alguna medida restrictiva de su libertad personal o del dato de que la esperanza de vida de la población afroamericana se aproxima al de la población del África subsahariana. La misma población blanca americana que discrimina de manera terrible a la población negra, es la que se enorgullece como consecuencia de los triunfos deportivos de atletas procedentes básicamente de esta última.

Obviamente, no estoy proponiendo que se ponga fin a la presencia de atletas africanos en los campeonatos europeos en representación del país que sea. Pues es verdad que muchos de estos atletas tienen un talento natural extraordinario, pero acaban pudiendo desarrollar una carrera deportiva como consecuencia del apoyo que reciben en el país por cuya nacionalidad optan. La nacionalidad europea es para muchos atletas un momento decisivo en su desarrollo deportivo y personal. Está bien que así sea.

Pienso que sería bueno, sin embargo, que la actuación de estos atletas nos ayudara a reflexionar y, si fuera posible, a replantearnos la manera en que nos estamos enfrentando con el fenómeno de la inmigración. Me parece muy bien que la Federación Española de Atletismo, auxiliada por el servicio exterior del Estado, tramitara en su día con toda la celeridad posible la acreditación de Gloria Alozie como atleta española, con la finalidad de que pudiera representar a nuestro país en los Juego Olímpicos de Sidney, pero me parece muy mal que se haya actuado de manera completamente opuesta con los inmigrantes marroquíes que habían venido trabajando los años anteriores en la campaña de la fresa en la provincia de Huelva, que han sido sustituidos este año por inmigrantes polacos y rumanos contratados en origen, y cuya situación laboral en nuestro país se podía y debía haber regularizado hace algún tiempo y que, sin embargo, se los ha dejado en una situación insoportable desde todos los puntos de vista.

Comentando el final del encierro en la Pablo de Olavide el editorial de EL PAÍS del pasado viernes se interrogaba: '¿Habría que rasgarse las vestiduras porque estos inmigrantes sustituidos en su trabajo precario, pero que les daba opción de regularizarse, aprovecharan la cumbre de Sevilla para dar a conocer su situación?' Y respondía: 'Más bien habría que escandalizarse de que, tras ser discriminados laboralmente, se les exhortara luego a que se marcharan a casa'.

El encierro en la Pablo de Olavide no ha sido únicamente de inmigrantes que procedían de la provincia de Huelva, pero es muy probable que no hubiera podido producirse sin el problema suscitado en la campaña de la fresa este año en la provincia onubense.

Comprendo que la integración como ciudadanos de individuos que pertenecen a una élite, como son los atletas de origen africano, es muy singular. Pero su ejemplo nos debería ayudar a ver el fenómeno inmigratorio en una perspectiva distinta.

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