Williamsburg, nueva ola neoyorquina
Un vecindario lleno de empuje transforma este barrio de Brooklyn
En Williamsburg, Brooklyn rompe la nueva ola neoyorquina: el barrio al que se mudan los jóvenes con inquietudes artísticas, con un proyecto de bohemia más o menos dorada y con dinero insuficiente para permitirse alojamiento y estudio en Manhattan. Han aportado al lugar un nuevo aspecto, un aire de barrio desinhibido, chic, en la onda, moderno. Hace cinco años, Williamsburg todavía era una zona industrial, llena de naves y fábricas cerradas y en estado semirruinoso, de modestos negocios dirigidos por una comunidad de inmigrantes polacos que habían trabajado en esas fábricas, y con un alto nivel de delincuencia. Miles de jóvenes americanos, y europeos con o sin visado de residencia en Estados Unidos, han alquilado esos recintos crepusculares, los han tabicado y acondicionado para convertirlos en viviendas y en estudios; han puesto un transistor en el suelo del salón de su nueva vivienda y un cubo con hielo y cervezas, y celebrado fiestas espontáneas, multitudinarias, y espacios de exposición ultraefímeros; luego, han ido abriendo tiendas de ropa, galerías comerciales, restaurantes y galerías de arte, puerta con puerta, con las tradicionales panaderías, floristerías, colmados, metalisterías y antediluvianas agencias de viaje polacas.
A esta inmigración simpática y precariamente legal asienten enhorabuena las autoridades municipales y las empresas inmobiliarias: los mafiosos, descontentos con la nueva visibilidad del lugar, se van con sus pistolones a otra parte, mientras los recién llegados aportan el prestigio de lo joven, lo artístico, lo moderno, lo transgresor, lo divertido, lo fresco; ahora es el lugar de moda en Nueva York. El suelo urbano se revaloriza febrilmente. En cuanto hayan transcurrido unos pocos años o meses más de energía juvenil y creatividad artística para adecentar el lugar a coste público cero, todo estará a punto para recalificar los hangares como viviendas, multiplicar por infinito el precio de los alquileres, dar a esos chicos tan entusiastas una patada en el trasero para que vayan a desbrozar otro territorio más alejado del centro, y recibir con los brazos abiertos a una nueva población más convencional y más solvente, que estará encantada de vivir en un vecindario chic. Siempre pasa igual, en todas partes.
De hecho, la llamada gentryfication ya ha empezado. El subalquiler de una habitación en un piso compartido ronda los mil dólares al mes. Se pasea uno por Bedford Avenue como por las páginas de Wallpaper, y se tiene la impresión de que buena parte de estos chicos y chicas que caminan por las avenidas son señoritos afortunados e hijos de papá. ¡Esos negrazos con una camiseta donde se lee 'Defend Brooklyn' sobre el perfil de una ametralladora! ¡Esa lolita con vestido a topos violetas y chanclas azul celeste! ¡Esa otra que ha sabido darle al vestido de florecillas sisado a la abuelita y propio de La casa de la pradera un elegante matiz canalla (mediante un tatuaje o un esmalte rabioso en las uñas)! ¡Esas parejas de modelos que no saben que lo son, listos para que los prensen sobre papel couché! Esa pareja del tronado descapotable rojo aparcado frente a las galerías The Mall, que a los dos minutos de conversación casual te invita a una fiesta esta noche; estos jóvenes de seis razas, procedentes de cien países, desbordantes de curiosidad, sobrados de tiempo y amabilidad para dar y vender... El forastero de paso repite para sus adentros la canción Highlands: 'I'd trade places with any of them / in a minute, if I could' ('¡Me cambiaba por cualquiera de ellos, pero ya!').
Según el Village Voice, hoy funcionan 30 galerías de arte contemporáneo en Williamsburg. Cosmética y representación aparte, el barrio ofrece una impresión de extrema vitalidad, de dinamismo y de laboratorio para un comportamiento social basado en la cooperación y las sinergias. Las más previsibles son las que se reflejan en los abigarrados paneles de anuncios a la puerta de los bares o en los muros: 'Proyecto peluca. Artista local necesita 1.000 modelos para fotografiarles con una peluca debidamente higienizada. Ya he retratado a 545'. O: '¿Necesitas ayuda con un proyecto? Ayudante de artista se alquila. Experiencia en trabajo en equipo. Estudios de pintura. Sólidos conocimientos de informática, grabado en madera y técnicas de impresión'.
Más singulares son cooperaciones como la que mantiene en marcha la galería Parker's Box. La codirigen una comisaria española y el inglés Alun Williams, con el objetivo de exhibir la obra de artistas europeos; financia su local un mecenas de Wall Street: 'No tan interesado en los impuestos que desgrava como en asistir desde muy cerca al funcionamiento de una galería, de las energías que moviliza', afirma Williams.
Es singular también el 'proyecto flatfiles', que Joe Armhein mantiene en marcha en su galería Pierogi. Armhein se mudó al barrio como joven artista a principios de los noventa y en el 95 se recicló en galerista interesado en 'democratizar y sistematizar' la actividad de todos los creadores del barrio; desde entonces recoge sus dossieres, los clasifica y archiva, y hace circular entre coleccionistas y galeristas los que le parecen más prometedores. Hoy son tantos los presuntos artistas del barrio -entre 6.000 y 10.000, según distintas fuentes-, que están empezando a aplicar unos mínimos criterios de selección para aceptar nuevos dossieres.
Quizá la trayectoria del francés Bruno Fachetty -hijo de Paul, un extraordinario fotógrafo de la generación de Brassai, Cartier-Bresson o Man Ray- resuma mejor que ninguna otra el sentido, el pasado, presente y futuro de lugares como Williamsburg y de sus habitantes. Durante los años ochenta, Bruno Fachetty sostuvo una galería en el East Village, donde, por cierto, presentaba a artistas españoles, como Tàpies o Barceló. La crisis del mercado del arte de finales de aquella década especulativa y su propio desorden vital le quebraron, y en 1989 regresó a París. Recapituló. Se abrían ante él tres opciones vitales: 'Meterme en un convento, ingresar en un hospital o aprender a pilotar helicópteros'. Se decidió por la última y se ha pasado diez años trasladándolos de costa a costa de Estados Unidos. Parece que en el tema del pilotaje de helicópteros, cuantas más horas de vuelo tenga el piloto, más sustancioso es su caché, y Fachetty voló mucho, mucho. Hace tres años decidió volver a Nueva York con ánimo de reanudar su actividad de galerista: 'Busqué desesperadamente piso y espacio en Chelsea, pero había que ser millonario para alquilar un piso. Un edificio en Williamsburg me salía más a cuenta'. Ahí ha instalado su vivienda y galería. Ahora se empeña, con otros colegas, en dotar al barrio de estructuras y profesionalizar la actividad de las galerías, 'única forma de que la frescura y la energía que hoy circulan aquí no se evaporen'.
GUÍA PRÁCTICA
- Diner (001 718 486 30 77). 85 Broadway. Hamburguesas, mejillones y patatas fritas. 11 euros. - Plan Eat Thailand (001 718 599 57 58). 141 North 7th. Menú de sushi y platos tailandeses. Unos 12 euros. - L Café (001 718 302 24 30). 189 Bedford Avenue. Cerveza, café, té y hamburguesas. Unos 8 euros.
- Galapagos (001 718 782 51 88). 70 North 6th. Bar con actuaciones, conciertos y filmes. La copa, 6 euros. - Black Betty (001 718 599 02 43). 366 Metropolitan Avenue. Excelentes bebidas (mojitos) y música en vivo.
- www.billburg.com
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