Guerreros de fábula en las llanuras de Xian
Una ruta por China, de la antigua capital a las montañas de Guilin
Un poeta español de renombre dijo que sólo viajaba a los lugares que hubieran sido conquistados antes por los romanos, porque le gustaba reconocer las cosas que veía. Quienes compartan con el poeta esa falta de curiosidad antropológica pueden, sin embargo, comenzar a partir de ahora a considerar China como destino turístico, porque los romanos ya han llegado hasta allí. La calle Sanlitun de Pekín, por ejemplo, con sus restaurantes bulliciosos y sus clubes nocturnos de grandes ventanales en los que se baila hasta la madrugada, está sacada de la imaginería del Londres más cosmopolita o del París bohemio. Y el barrio Pudong de Shanghai, levantado apenas en los últimos 15 años enfrente del famoso Bund de la ciudad, justo al otro lado del río Huangpu, pretende emular a Manhattan y al Berlín actual, con sus rascacielos y sus edificios de aire futurista.
El más reciente hallazgo en Xian es una zanja con miles de cerdos, ovejas y otros animales de terracota que debían servir para alimentar al emperador y su séquito en la otra vida
Los habitantes de Xian dicen bromeando que el primer emperador, Shi Huangdi, les dejó con su tumba una cuenta corriente a plazo fijo. La zona se ha convertido en una atracción turística
Algunos campesinos, en cuclillas, juegan al 'mahjong', conversan o comen de un bol. La China arquetípica, la que conocemos de películas y leyendas, todavía existe
Los cruceros van de Guilin a Yangshuo a través del río Li. Son 80 kilómetros en los cuales es posible contemplar un paisaje prodigioso de montañas verdísimas
Quien vaya a China buscando sólo novedad o maravilla, tal vez sufra una decepción. Ya no es el país colorista que dicen que fue, y pasear por sus ciudades no produce el asombro permanente. El placer del viajero viene de algo más hondo, de una suerte de adivinación que exige mirar atentamente todo lo que surge frente a él, los rascacielos modernos junto a las pagodas, y los tejanos al lado de los qipaos de seda que visten las mujeres.
En un país tan grande, los horizontes son inabarcables, y algunos de sus rincones seguirán conservando ese sabor de autenticidad que se asocia siempre a la tradición y a la pureza. Es el caso de Xian y de Guilin, que, siendo tan antagónicas una de otra, representan seguramente lo más genuino de la China que va buscando el viajero inadvertido.
Xian, situada en el centro del país, es una ciudad llena de historia. Fue capital de China o de alguno de sus reinos muchas veces. Allí estableció su dominio el primer emperador, Shi Huangdi, fundador de la dinastía Qin, quien, además de unificar políticamente por primera vez China, impulsó la edificación de la Gran Muralla y ordenó para sí mismo la construcción de una tumba megalómana que habría sido, sin duda, envidiada por los faraones.
Xian, donde comenzaba la ruta de la Seda, es una ciudad desquiciada y caótica de más de seis millones de habitantes, en la que probablemente vivir resulta un ejercicio dificultoso. Pero tal vez justo por eso, visitarla tiene un atractivo especial. Las ciudades de aspecto atormentado hechizan al viajero mucho más que las pulcras. Xian, además, tiene una joya preciosa que por sí sola merece el viaje, aunque haya que cruzar en él continentes y océanos.
Los xianenses dicen bromeando que el primer emperador, Shi Huangdi, les dejó una cuenta corriente a plazo fijo. Se refieren a su tumba, a ese ejército de terracota que no deja de atraer turistas y de dar dinero y lustre a la ciudad, desde que en 1974 fuera descubierto.
En estos tiempos en los que casi nada asombra porque todo ha sido previamente conocido ya a través de películas, fotografías, relatos, imágenes y documentales, hay algunos lugares que siguen despertando pasmo en el viajero cuando llega a ellos. Venecia, por ejemplo, nunca será imaginada bien por quien no ha estado allí, aunque la haya contemplado antes en todos los formatos posibles. Algo así ocurre con el ejército de terracota, esa inverosímil milicia de casi 8.000 hombres y caballos de tamaño natural, todos ellos distintos, con rostro y ademanes propios, que Qin Shi Huangdi mandó levantar para proteger durante la eternidad su tumba. Se ha visto centenares de veces, las fotografías que lo captan están por todos lados, e incluso algunas de sus figuras han viajado fuera de China, entre otros sitios al Guggenheim bilbaíno; pero a pesar de todo, al entrar a la gran fosa principal -son tres-, espeluzna.
Es difícil comprender la mente de un hombre que concibe ese delirio. Sólo una terrible veneración a la muerte puede inspirarlo. El ejército de terracota del primer emperador ha sido ya considerado por muchos como la octava maravilla del mundo, pero en realidad es mucho más que eso. Es un laberinto del alma.
Vasijas y bronces
A la sombra de este ejército, que se encuentra en las afueras, a 30 kilómetros, el resto de las maravillas de Xian parecerán menores, pero no lo son. Hay, en el sur de la ciudad, fuera del recinto amurallado, un museo histórico de la región de Saanxi que resulta muy recomendable incluso para los que son poco amantes de los museos. En sus vitrinas se exhiben vasijas, bronces, objetos cotidianos y figurillas funerarias de una delicadeza y expresividad exquisitas.
La muralla de Xian, rectangular, es una de las pocas que quedan en pie de la antigua China. Entrando por su puerta sur, que es la más lucida de todas, se encuentra a la derecha la calle Sanxue Jie, en la que los artesanos de la ciudad exponen sus pinturas y sus caligrafías. Al margen de la belleza que siempre puede hallarse en estas composiciones gráficas chinas, la calle resulta pintoresca y tiene una animación calmada: el turista puede pasear por ella -extrañamente- sin ser acosado por los comerciantes.
El recinto amurallado está dividido por dos ejes, en cuyo cruce, en una plaza de tráfico caótico y ruidoso, se encuentra la Torre de la Campana, típica construcción china que servía a las guarniciones para vigilar la ciudad desde su altura y que hoy ofrece unas vistas inmejorables del bullicio y el desorden de Xian.
Al oeste, muy cerca de esta torre, se encuentra la Torre del Tambor, por debajo de la cual se entra al barrio musulmán. Una calle arbolada, siempre umbría, sirve de camino. En sus aceras, como es habitual, restaurantes, puestos de nueces y de frutas, tiendas de dulces... Nada cambia en realidad, pero todo es diferente. Incluidos los olores, que de repente dejan en el aire un regusto a especias. A la izquierda de esa calle principal surgen callejas estrechísimas que se enredan unas con otras. En una de ellas, a la que se llega atravesando un mercadillo, está la Gran Mezquita, que es la otra joya de Xian. Un ejemplo de la arquitectura religiosa china, con sus pabellones independientes, sus puertas divisorias y sus jardines, pero puesta al servicio del islamismo. Hay otra mezquita más pequeña -aunque no menos apreciable- cerca de allí, en la Escuela de Estudios Islámicos, en otro de los requiebros de callejas que cuando se abandonan dejan un poso de melancolía en el viajero.
Pero la melancolía que puede inspirar Xian no es nada en comparación con la que despertará Guilin, que se encuentra al suroeste de China, en la región autónoma de Guangxi. Es la encarnación del paraíso terrenal, aunque los árboles frutales hayan sido sustituidos casi exclusivamente por plantaciones de arroz.
Es aconsejable llegar a Guilin en avión -dos horas de vuelo desde Xian- y con luz diurna. El panorama que se contempla desde el aire es suficiente para asombrar al viajero más curtido: inmensas extensiones de arrozales espejeando se encajonan entre picachos muy verdes que se alzan en vertical uno tras otro, con laderas que apenas tienen pendiente. El río Li y sus afluentes serpentean entre ellos con una placidez que haría pensar -poéticamente- que duermen a su resguardo. Es un paisaje portentoso, deslumbrante, de esos que hacen concebir pensamientos místicos a quien los contempla.
Ese paisaje de ensueño es el que ha hecho de Guilin un centro turístico de primera magnitud, porque la ciudad propiamente dicha no merece tantos honores. A pesar de que tiene un lejano aire de hermana pequeña de Río de Janeiro, con sus montañas levantándose en medio de la ciudad y sus lagunas, lo que el viajero busca está en las afueras. Al sur de la ciudad hay un embarcadero desde el que parten cruceros que llevan de Guilin a Yangshuo a través del río Li. Son más o menos 80 kilómetros en los cuales es posible contemplar el mismo paisaje prodigioso de montañas verdísimas, pero ahora desde abajo, desde sus faldas, sintiendo por tanto toda su majestuosidad.
Durante el primer tramo del camino, el río avanza encajonado en un desfiladero. Luego, los picachos se apartan un poco y dejan que a los lados del Li se extiendan unas riberas en las que puede verse a campesinas arrodilladas sobre piedras lavando ropas o a niños correteando entre peñascos. El paisaje de Guilin ha inspirado durante siglos a poetas y a pintores chinos, y lo ha hecho sin duda porque deambular por él, mirarlo, provoca esa extraña paz que a veces confundimos con la felicidad. Si uno es propenso al sentimentalismo, puede sentir incluso ganas de llorar al contemplarlo.
Un gran mercado
Yangshuo es una pequeña ciudad que tiene todo el encanto que le falta a Guilin, aunque los desvaríos urbanísticos de la China reciente también han producido monstruos en ella. Durante el día es, como todo el país, un gran mercado: puestos de venta turística en las callejas próximas al embarcadero y puestos de venta local en el resto de las calles. Durante la noche, sin embargo, su ubicación sobrecoge. Encerrada entre montañas, silenciosa, es un lugar perfecto para la meditación y el descanso.
Desde Yangshuo es posible hacer alguna excursión a los campos de arroz y a las aldeas pequeñas de los alrededores. Hay motos con sidecar -conducidas generalmente por mujeres- que por un precio módico llevan al turista que lo desee a recorrer la zona. Por carreteras de tierra se atraviesan las plantaciones, dejando a uno y otro lado casas míseras en las que llaman la atención a veces la antena de televisión o el aparato de aire acondicionado. Algunos campesinos, en cuclillas, juegan al mahjong, conversan o comen de un bol. Otros trabajan en los campos, recogiendo las cosechas hasta el anochecer. Ésa es la China arquetípica, la que conocemos de las películas y de las leyendas. Y todavía existe.
La lluvia, que en época de monzones está asegurada, no incomoda la visita, sino que la enriquece. El paisaje de Guilin queda completo con ella. Cuando arrecia, los aguazales en los que los campesinos trabajan resplandecen más. A los lados de la carretera se ven hombres y mujeres alzados de pie sobre un surco, muy quietos, con los brazos pegados al cuerpo para que la lluvia, de la que les protege ese sombrero indochino de paja trenzada y ala muy ancha, no les empape. Están descalzos y esperan inmóviles a que escampe. Parecen espantapájaros o espectros.
Guilin no es una ciudad llena de historia como Pekín, Xian, Nanjing o Shanghai, pero su visita es inexcusable. El viajero encontrará, enmarcada en un decorado natural casi quimérico, la imagen de la China que desaparece.
Son muchos los lugares que se ofrecen en China a la voracidad del turista curioso, incluso de aquel que, como el poeta, sólo busca lo conocido. Guilin y Xian, sin embargo, son paradas obligadas para quien persiga prodigios.
MAUSOLEO SECRETO
EL FABULOSO HALLAZGO -las estatuas fueron encontradas casualmente por unos campesinos en 1974- ocupa un enorme pabellón donde, repartidos en tres fosas, hay más de 6.000 arqueros, soldados de infantería, jinetes y caballos de tamaño natural (otros 2.000 están aún semienterrados), cada uno con rasgos y peinados diferentes y en posición de combate (portaban auténticas espadas, lanzas y ballestas), que desde hace más de 2.000 años protegen la tumba de Qin Shi Huangdi (259-210 antes de Cristo), el primer emperador de China, artífice de la Gran Muralla. Un recinto más pequeño alberga una pareja de carros y caballos de bronce y un cine panorámico donde se explica la historia de los guerreros. Desde su apertura, en 1978, el Museo de los Guerreros de Terracota de Xian se ha convertido en el principal atractivo turístico de China tras la Gran Muralla; algo que se percibe mientras se avanza entre la muchedumbre de turistas -chinos en su mayoría- que ocupan los pasillos laterales. Y cada día se producen nuevos descubrimientos. El más reciente, una zanja con miles de cerdos, ovejas y otros animales de barro que debían servir para alimentar al emperador y su séquito en la otra vida. De hecho, se piensa que lo hallado hasta ahora no es sino una mínima parte de un gran complejo funerario cuyas dimensiones finales aún se desconocen. Su principal monumento es el mausoleo: una pirámide artificial de 73 metros, pendiente de excavar por falta de medios técnicos, que, según los antiguos textos, esconde en su interior fabulosos tesoros protegidos por un complicado sistema de trampas. I. M.
GUÍA PRÁCTICA
Superficie de China: 9,6 millones de kilómetros cuadrados. Población: 1.250 millones. Hora local: GTM + 8 (todo el país se rige por el horario de Pekín). Moneda: yuan renminbi; un euro equivale a unos ocho yuanes. Prefijo telefónico: 00 86.
- Lufthansa (902 220 101; www.lufthansa.es). Vuelos ida y vuelta a Pekín, vía Alemania, desde 739 euros, más tasas. - KLM (902 222 747). Con escala en Amsterdam, desde 729 euros, más tasas.
Ambassador, Catai, Dimensiones, Iberojet, Icu, Kuoni, Nobel-Indoriente, Politours, Pullmantur y Transrutas son algunas de las mayoristas que organizan viajes a China (a través de agencias de viaje). La mayorista Catai es una de las que cuentan con mayor variedad de programas en China: desde estancias en Pekín o Shanghai hasta viajes al Tíbet o circuitos por la Ruta de la Seda. Por ejemplo, un circuito de 15 días que incluye Xian y Guilin, desde 1.995 euros. Para su salida del 18 de agosto, Nobel Tours ofrece un viaje de 15 días, con visita a Xian y los guerreros de terracota, desde 1.903 euros. Con Dimensiones, un circuito de 18 días, con Xian y Guilin como etapas, desde 2.638 euros. Viajes El Corte Inglés (902 400 454; http://viajes.elcorteingles.es) dispone de tres programas de 14, 15 y 18 días, en los que, entre otros lugares, se visitan Pekín, Shanghai, Xian y Guilin, desde 2.132 euros. Y la mayorista Kuoni tiene una oferta para viajar en agosto y septiembre: 11 o 15 días de viaje, desde 1.493 euros.
EN XIAN La cocina de Xian registra influencias musulmanas, sobre todo en los numerosos puestos callejeros que existen en la ciudad, donde se ofrecen pinchos de cordero asado y tallarines. Otra de sus especialidades son los raviolis, que se preparan con una enorme variedad de rellenos. Un banquete de raviolis, donde se pueden degustar hasta 20 tipos distintos, puede costar entre 12 y 20 euros. La mayoría de los restaurantes se encuentran entre la Torre de la Campana y la Torre del Tambor. EN GUILIN En los menús de los restaurantes de Guilin aparecen numerosos platos en los que interviene la fauna local: serpientes, ratas del bambú, pangolines, civetas, tortugas y otras especies, algunas en peligro de extinción, forman parte de su repertorio culinario, una mezcla de la cocina cantonesa y la de Sichuan, de la que toma el gusto por los picantes. La calle Nanhuan y sus aledaños concentran buena parte de los locales.
915 48 00 11. I. M.
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