El trío lalalá
Hemos dado a los niños en adopción. Lo hacemos todos los años por estas fechas. Les tenemos dicho que no llamen, que deben integrarse con sus nuevas familias, pero es imposible. Suena el teléfono, uno quiere que le llevemos la mochila; suena el teléfono, es otro que necesita dinero para la Academia; suena el teléfono porque otro quiere su paga (¿qué paga?, le dice mi santo, ¡a mí es al que me tendrían que pagar!); la niña dice que se dejó la braguita del bikini: anda, papá, mándamela por Seur; otro necesita siempre dinero para el bonometro (para mí que tiene un negocio turbio con el bonometro). A veces llaman para repetirnos que, si les llega alguna carta, no la abramos, por favor. Y nosotros decimos: ¿pero tú te has creído que estamos locos por leer lo que te ponen en las cartas?, ¡No tenemos otra cosa que hacer! Y nada más colgar ponemos la carta al vapor de la olla y la carta se abre como una almeja; mi santo dice que esto no está bien, pero la leemos entera, y hay veces que se dicen cosas que preferiríamos no haber leído. Alguna vez llaman de pronto para rogarnos que no les ordenemos la habitación y menos los cajones. Entonces yo les digo: a ver si os creéis que me voy a pegar el trabajazo de poner orden en esa pocilga. Pero es colgar el teléfono y bajar los dos como posesos a la habitación, derechos a los cajones. Puede ocurrir entonces una cosa dramática: que te encuentres una caja abierta de Durex (gran marca), que empieces a atar cabos entre lo que leíste en las cartas y la caja y que te quedes flipando el resto de la tarde: mi santo mirando al manzano, intentando comprender el misterio de la vida. Lo que dice mi santo: tantos años dando la reproducción en Conocimiento del Medio ha tenido sus consecuencias. La Logse los empujó a la promiscuidad infantil.
Omar emite su juicio: Alejandro Almodóvar se merecía un Oscar
Ayer estábamos queriendo olvidar el asunto caja cuando llaman al teléfono: Omar, desde Móstoles. Dice que llama desde un locutorio con 50 céntimos que le han prestado, que si puede venirse con nosotros y que le contestemos rápido porque se le acaban los céntimos. Nosotros le decimos que se va a aburrir porque tenemos a los niños en adopción, pero a Omar eso le chupa un pie; lo que quiere es estar con nosotros. Vamos a esperarle a la estación. Viene con una maleta. Lo interpretamos como una indirecta. Dice que nos quiere más que a nadie; nosotros le recordamos que tiene a su madre, porque estamos acojonados y porque nunca nos había pasado que un niño nos adoptara, y más cuando teníamos la alegría de tener a nuestros propios niños en adopción. Omar llega a casa (¿su casa?), se pone los manguitos y merienda su colacao con jamoncete. Luego busca una película para esta noche. Se decanta por Los otros. No la quiere ver solo; no porque vaya a tener miedo, cuidado, sino porque no mola. En el sofá estamos los tres; Omar, en medio. Mi santo dice: tienes que ver las películas en versión original, pero desiste de sus intenciones pedagógicas al ver que Omar lee los subtítulos en voz alta. Y escuchar a Nicole Kidman con la voz de Omar es una pesadez. A mitad de la película dice: me parece que voy a tener que dormir con vosotros, os lo advierto. Cuando acaba la película emite su juicio: yo creo que Alejandro Almodóvar se merecía un Oscar por esta película. Se va a dormir a su cama, dice que se le ha quitado el miedo al conocer la explicación del director: unos estaban muertos y otros vivos. Al día siguiente, Omar está tirándose a la piscina, dice: ¡ahora me tiro como si estuviera muerto, ahora me tiro como Bin Laden, ahora me tiro como Pío Cabanillas (?)!. Y nosotros nos asomamos a la ventana y gritamos a dúo lo que dicen Nicole y los niños de Los otros al final de la película: 'Ésta es nuestra casa, ésta es nuestra casa', pero Omar Toorki, en vez de darle miedo y salir huyendo, es que se mea de risa.
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