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Reportaje:CULTURA Y ESPECTÁCULOS

SUEDE Y CHEMICAL BROTHERS, APOTEOSIS FINAL EN BENICÀSSIM

Oración, despedida y cierre. La apoteósica octava edición del Festival Internacional de Benicàssim ya es historia. La ciudad ya ha vuelto a ser dominio del turista, nacional o extranjero, de pantalón corto, hotel y piscina

Con el cansancio ganando terreno en rostros aún iluminados por la alegría concluyó en Benicàssim la octava edición de su festival musical, que este año ha vivido sus días más apoteósicos y triunfales. Los encargados de poner el broche de oro a tres jornadas de música independiente fueron dos viejos conocidos del FIB, Suede y unos Chemical Brothers, que casi forman parte de la nómina de trabajadores de un festival en el que han actuado en cinco ocasiones.

Los hermanos químicos volvían a pisar el escenario en el que en 1999 un inoportuno corte de luz les rompió por completo el ritmo de un concierto que, a la postre, resultó frustrado. En esta ocasión no hubo problemas de energía y Tom Rowlands y Ed Simons pudieron atizar al público con sus ritmos sin cortapisa alguna. Su electrónica cazallera de ritmos cuadriculados y escasamente imaginativa volvió a euforizar a un público que en general se muestra más exigente con la música pop. El éxito de Chemical Brothers quizá venga por aquí, dada su facilidad para hacer canciones en un ámbito, el electrónico, en el que no resultan habituales. Aún con todo, los directos de la pareja británica acaban haciéndose pesaditos y ni tan siquiera el mirar las proyecciones de las pantallas hace olvidar el martilleo reiterativo e insistente de unos ritmos muy gruesos.

Y algo grueso fue el concierto de las otras estrellas de la noche, los Suede de Brett Anderson. Quizá excitado por la multitud que tenía en frente, el cantante británico salió a escena demasiado disparado, como queriendo ganarse al público en un plisplás. El resultado se tradujo en varias salidas de tono, algún gallito y un repertorio más atropellado que interpretado. La velocidad no es siempre buena consejera. A pesar de ello, los clásicos que el público había solicitado por votación popular a Suede fueron suficiente argumento para que la audiencia olvidara todo, entregándose a un artista con suficiente carisma y glamour como para llenar el enorme escenario central del FIB. No será un concierto que pase a los anales, pero cumplió el papel que tenía asignado.

Mucho más controlado e hiriente fue Dominique A, quien arremolinó frente al escenario principal a una nutrida representación de la colonia francesa, responsable de que su idioma desplace al catalán como segunda lengua, tras el castellano, en el FIB. Con su rock de autor con alto contenido emocional y melódicamente intachable, Dominique A protagonizó un concierto excelente con mucha más sustancia e intención que la exhibida por quienes actuaron tras él, unos Black Rebel Motorcycle Club que siguen intentando reinventar el rock. Con sus atmósferas densas y crispadas, el trío norteamericano evidenció que su péndulo estilístico tira hacia atrás. Algo así les pasa a Air, quienes inexplicablemente fueron programados tras Chemical Brothers. Su electrónica ambiental de coctelería sedó al público bruscamente dejando claro que sus sonidos no son aptos para las cinco de la madrugada. Escuchándoles a esas horas se entendió perfectamente el sentido del vocablo apalanque.

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