El donante
Por la noche, mi santo y yo formamos una estampa encantadora: nos sentamos al fresco al lado del mítico manzano (ver Tintos de Verano 2000 y 2001) en nuestras viejas sillas de anea. El manzano tiene varias hojas y mide lo mismo que yo (cosa que según mi santo no es difícil), así que para ser más exactos, diría que nos sentamos al lado de un palo al que mi santo venera. Mi santo dice que es en esos momentos de quietud en el jardín cuando puede decir que toca la felicidad. Dice eso y luego no dice más. Se pone sus cascos, escucha El anillo del Nibelungo (aprovechando que ahora la están representando en el Festival de Bayreuth) y lee Las vidas paralelas de Hitler y Stalin (ole, qué alegría más grande). Mi santo cree en el matrimonio, dice que cuando te casas puedes mostrarte tal cual eres; dice que cuando vienen amigos por casa que es un coñazo porque tienes que darles conversación y compartir tu whisky de malta y que eso jode, y que sin embargo, conmigo la cosa es distinta porque puede comportarse como le sale de sus partes, o sea, que puede ponerse los cascos y oír a las tías gordas de la ópera y leerse sus tochos sin tener que estar hablando de cosas, que según mi santo, ya están dichas, porque según él todo lo que tiene que decirse un matrimonio se dice en los tres primeros años y luego hay tanta armonía que las palabras sobran y se produce una comunicación telepática. Debe tener algo de razón porque hay veces que, por ejemplo, yo me digo a mí misma: 'Voy a echar garbanzos a remojo para mañana', y cuando voy a la cocina allí que me lo encuentro poniendo dichos garbanzos en agua, o por ejemplo, otro ejemplo, a veces antes de dormirme me digo, ¿habré cerrado la puerta del jardín?, entonces me incorporo sigilosamente y veo que él ya está levantado y me hace una seña como diciendo, ya voy yo. A mí no me gusta tener telepatía. Me gustaría hablar, como hacen los matrimonios que no han llegado a tener tanta armonía como nosotros.
Mi santo cree en el matrimonio, dice que cuando te casas puedes mostrarte tal cual eres
La otra noche, harta de tal felicidad, le tiré las pilas del discman. Él pensó que habían sido los niños y les echó una bronca desproporcionada y yo, la verdad, me tuve que meter en el wáter porque me dio una risa que casi me meo. Salimos al jardín y se tuvo que sentar sin discman, o sea, sólo con Hitler y Stalin. Lo que yo digo, porque falte Wagner tampoco es para deprimirse. Le dije (por sacar un tema): '¿De qué trata el libro?', y él me dijo: 'Pues de Hitler y Stalin'. Y pensó: 'Que pareces tonta'. Sé que lo pensó por la telepatía anteriormente citada.
Como no tenía ópera se puso a leer y a escuchar, como yo, la conversación que mantenían nuestros niños en la cama. Nosotros decimos 'los niños' por cariño y por costumbre aunque si ustedes los tuvieran delante... Da miedo verlos. Hay uno concretamente que hay veces que viene a darte un beso y das instintivamente un paso atrás porque es desproporcionado (de grande).
Mi santo, al principio, no levantaba los ojos del libro pero la conversación de los niños se fue poniendo interesante y los dos, sin decirnos nada (la telepatía), cogimos nuestras sillas y las llevamos al lado de su ventana. Hablaban del futuro. Uno decía que quería ser periodista, no por vocación, aclaraba, sino porque papá dice que es una carrera absurda, en la que sales igual que entras y que se saca con la gorra. Y el otro soltó, pues yo he pensado hacerme donante de esperma, creo que reúno condiciones. Se oyeron risas histéricas.
Nos acostamos en silencio. Yo sé muy bien que él estaba pensando que si los niños son tan groseros es porque tienen de quién aprender. Así que cuando él me hizo una caricia insinuante para reconciliarse yo me di media vuelta y pensé para mí: ¡que te crees tú eso!
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