La pera limonera
Yo voy al psiquiatra durante todo el invierno para que me prepare psicológicamente para este mes de verano en el campo, a fin de que no me ponga como una hiedra (y me suba por las paredes de mi mansión). Habrá quien no se lo crea. Me chupa un pie. Yo es que el campo lo aguanto mucho más cuando estoy medicada que a palo seco. Hay gente que esconde ese tipo de cosas como si fueran vergonzosas. No es mi caso, soy un poco como Carmina, que cada mes da una entrevista en profundidad para sincerarse. Aunque ella seguro que sacó un dinerillo cuando la trataron de la cabeza. Mi santo dice que mi tratamiento le sale por un huevo de la cara pero que es un dinero que paga muy a gusto y que no sólo pondría al psiquiatra en un altar, sino a la multinacional farmacéutica que fabrica unas pildorillas que me vuelven mucho más simpática. Será una felicidad falsa. Vale. Me chupa un pie. Mi amigo gay, que se lleva psicoanalizando diez años, me dijo que por qué no hacía psicoanálisis, que me vendría muy bien, dice que tengo una personalidad por un lado autodestructiva y por otro manipuladora y agresiva. No le mandé a la mierda porque es mi amigo y porque sé que la culpa la tiene el psicoanalista que le ha enseñado a sincerarse, pero, vamos, no me digan. Yo prefiero los psiquiatras, con su medicación, su bata, vaya, como que tratan un tipo de locura más seria. Es como ir al podólogo, pero en vez de hablar de los pies hablas de la cabeza. A mí no me va eso de que llegas, te tumbas y hablas y el otro se queda callao y tú largas y largas. Yo si me tumbo me duermo (cosa que a veces me reprocha mi santo), y para tumbarme y dormirme, sinceramente, me voy al Shiatsu, donde tengo el aliciente de que me toca un japonés. Aunque dice mi amigo que yo hablo tanto que a cualquier psiquiatra lo convierto en psicoanalista porque no dejo meter baza.
Yo es que el campo lo aguanto mucho más cuando estoy medicada que a palo seco
Tengo otro amigo. Éste, sorprendentemente, no es gay. '¿Y qué tipo de amigo es ese depravado?', me dijo mi santo (él no cree en la amistad entre sexos). Se quedó más tranquilo cuando le conté que mi amigo tenía un problemilla, vamos, no una cosa grave grave: es que es un poco impotente. No es que yo le hubiera puesto a prueba, entendámonos, es que mi amigo, que sabe de mi discreción, se sinceró. Y como está al tanto de mi tratamiento, me pidió el teléfono de mi psiquiatra, dice que había probado con un psicoanalista y que el psicoanalista le preguntó por su madre, y él dice que no se gasta el dinero para hablar de su madre, que él quiere resultados, o sea que se le levante este verano, y con un psicoanalista, dice mi amigo, se puede tirar tantos años hablando de la relación con su madre que cuando llegue a la problemática habrá pasado tanto tiempo que tendrá edad para tomar Viagra, es decir, que se le juntará su impotencia de toda la vida con la propia de la edad. Estará feo que yo lo diga, pero soy una persona generosa y el otro día entré en Internet a ver si encontraba algún remedio para mi amigo. Vi un sistema de bombeo con una pera que no me digas cómo te la enchufas al pene fláccido y a fuerza de apretar la pera alcanzas una majestuosa erección. Si lo compras, te lo mandan a casa y todo. El caso es que mi amigo se ha ido de vacaciones y no sé cómo localizarlo, así que se lo digo a través de este artículo, por no hacerlo a través de los avisos de Radio Nacional, que parece que siempre ha ocurrido una desgracia. No creo que le moleste a la dirección del periódico. Al que le molestó fue a mi santo, que me pilló mirando la pera elevadora y se puso que, oyes, porque estoy medicada y todo me chupa un pie, que otra se hubiera vuelto a Madrid con un ahí te pudras.
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