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VISTO / OÍDO
Columna
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La Providencia, por España

El aumento de población en España durante los últimos diez años es un manojo de buenas noticias. La verdad es que el fondo del deseo oficial sería el que los mayores se muriesen a la edad en que solían, y no tan tarde como ahora, creando 'unidades de gasto' -personas que reciben más del arca del Estado que lo que entregan, sin tener en cuenta que lo han hecho toda su vida-, pero por razones de vieja moral y religión no pueden expresar su deseo, aunque den instrucciones tácitas o sugeridas a sus clínicas para que produzcan listas de espera y falta de camas. El hecho es que la Providencia ha creado un sistema admirable: las mujeres se ahorran todo lo desagradable del embarazo y el parto, y el número de nacimientos es la mitad del necesario para que se mantenga el número de habitantes. Al mismo tiempo, se importan niños ya hechos: otras mujeres han sufrido el parto, otros padres han tratado de educarlos y otros dictadores de que vayan a sus guerras.

Si Darwin tuviera razón, sólo han sobrevivido los más aptos; y prueban vitalidad, fuerza y prudencia atravesando desiertos, cruzando un Estrecho muy bravo y escapando de la Guardia Civil y de las leyes de extranjería. España ha crecido mucho en los últimos diez años gracias a estos supervivientes que, además, presentan la ventaja de que ninguna ley los ampara. No tienen posibilidad de acogerse a los sindicatos; cualquier sueldo es bueno, cualquier yacija es suficiente. Siendo todo ventajas que exceden incluso a los inventos esclavistas de nuestra sociedad, la Providencia les ha dado distinto color y facciones más parecidas a las de los iberos de hace miles de años que tuvieron que huir a África y fueron bereberes: de esta manera pueden ser fácilmente reconocidos y mal tratados sin que puedan responder. Se les puede hacer trabajar por salarios de subsistencia, y aun por debajo. Con lo cual se vuelve a hacer útil la mano de obra antes despreciada por cara, y ayudan a reducir los salarios. Por eso el racismo cunde más en las clases bajas, que huyen de la vieja frase de 'proletarios del mundo, uníos': los odian porque son una competencia barata.

Es realmente un regalo de la Providencia, que es de la derecha consolidada.

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