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LA SENTENCIA DEL 'CASO BANESTO'
Columna
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Cara al sol

El Consejo de Ministros del próximo viernes hará de fulminante, será como el chupinazo sanferminero de los pamplonicas, supondrá el rompan filas hasta el 30 de agosto para la formación gubernamental aznarí. Se iniciará así la dispersión veraniega de los ministros del remodelado Gabinete, listos para salir disparados a la búsqueda del sol que consideren más propicio. Los nuevos titulares recién incorporados a sus departamentos experimentarán, alejados de los solemnes despachos oficiales, otra vertiente de la grandeza y servidumbre del cargo. Lucirán refulgentes en sus lugares tradicionales de veraneo, aprenderán a convivir con sus escoltas mientras se entregan al recreo. Combinarán el ensayo de la imposible naturalidad anterior, como si nada les hubiera alterado después de su nombramiento, con la cuidadosa administración de proximidades ahora susceptibles de provocar malentendidos.

Advertirán en los ojos con que los demás les miran el efecto devastador causado en ellos mismos por la metamorfosis experimentada tras recibir la gracia de estado cuando prestaron juramento ante el Rey. Comprobarán las líneas de fuerza del campo magnético consustancial al poder en la mezcla de halagos y peticiones que propenderán a degradar hasta los encuentros más inofensivos, incluso si quieren intentarlos junto al mismo mar de todos los veranos a donde nos llevaba en su novela Esther Tuquets. Otros compañeros de Gobierno puede que intenten liberarse de tantos equilibrios y opten por una retirada discreta hacia lugares donde recuperar por unos días la perdida y saludable condición de ciudadanos anónimos, zambulléndose en esa reconfortante penumbra donde habitan las libertades perdidas bajo los focos del escrutinio público. De cualquier forma, el viernes 30 de agosto habrá concluido el encantamiento y deberán comparecer en perfecto estado de revista mientras se ajustan los Presupuestos de 2003.

Tenemos por delante cuatro semanas de prolongada exposición de nuestra clase gobernante a la radiación solar. Por eso conviene desear que en sus cuerpos gentiles hayan suficientes células fotorreceptoras para que la luz, al impactar sobre ellas, produzca el fenómeno de la fotosíntesis y desencadene como sucede con las plantas la función clorofílica, función mediante la que se transforma la energía solar en energía química. Así que cuiden, señores del banco azul, esas células fotorreceptoras y manténganlas en actividad para llevar a cabo ese maravilloso proceso de síntesis que logra incorporar elementos inertes a la vida. Sigan el enunciado del bioquímico Mayer para el cual 'la naturaleza se ha planteado el problema de cómo atrapar la huidiza luz que llega hasta la Tierra y cómo almacenar de manera consistente la más volátil de las energías'.

Además, un repaso por los textos de León Festinger y José Antonio Marina les permitiría acercarse a la teoría de la 'disonancia cognitiva' que induce el reflejo automático de defender nuestro mundo de ideas y creencias cuando nuevas informaciones tienden a cuestionarlo. Ni siquiera los ministros, si atendieran a Marina, deberían preferir la seguridad al conocimiento, ni ceder a los prejuicios que anestesian las percepciones disonantes a favor de las ideas preconcebidas siempre más confortables. Porque ahí comienza el plano inclinado por el que acabamos deslizándonos hacia el sectarismo, el que nos lleva a considerar tan sólo en la inmensidad del firmamento aquellas estrellas que nos permiten construir las figuras geométricas de nuestras constelaciones favoritas. Otra cosa es que deban atender al éxito, que comprendan que ganar es estar en la corriente de las oportunidades propicias y que perder es haber perdido el sentido de su dirección, como explica Maurice Joly en El arte de medrar (Galaxia Gutenberg, Barcelona 2002), para quien la suprema habilidad en política consiste en crear el azar y no sufrirlo.

Vienen pues cuatro semanas propicias para hacer un aparte como prescriben las acotaciones teatrales, para apostar por la luz, por la lucidez, en las antípodas del oficio de tinieblas o del deslumbramiento cegador. Y Gibraltar con sus llanitos puede quedar para los británicos, siempre que la base militar del Peñón, que es la única hipoteca real a nuestra soberanía, pase a ser de España. Claro que a eso se oponen sus usuarios, los primos de Washington, dedicada como la tienen a la red Echelon, a la que aprovechamos para saludar ahora que nos estará escuchando.

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