_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Una mujer impura

Un kurdo puro asesinó el pasado jueves en Suecia a una kurda impura. El kurdo la mató porque era impura y sobre todo porque era suya, o eso se creía él, en su pureza. La mujer era su hija y su delito fue éste: ser novia de un escandinavo impuro. Impuro porque no era kurdo y porque no era piadoso. La muchacha había nacido en un remoto confín de Anatolia donde se vive en la estrechez y el dolor. La estrechez es la general del mundo pobre y refugiado, y el dolor es el propio de su pueblo, maltratado por la historia, pueblo sin estado, tristemente esparcido por Turquía e Irán, Irak y Siria, países todos muy enemigos entre sí, pero que coinciden en un dicterio cruel: impedir el legítimo nacimiento de un Kurdistán independiente. La muchacha kurda, antes de ser impura según su padre, vivió las miserias del secano, la melancolía política y el rigor de la metafísica. Hasta que un día llegó a Estocolmo y se fue haciendo inmaculadamente impura: conoció la libertad individual, el agua corriente, los periódicos, la ironía y la democracia. Supo de los cuerpos desnudos de hombres y mujeres en la hierba, con toda la naturalidad, durante el breve verano báltico. También leyó libros, vio museos y películas, fue al teatro, hizo amigas y amigos, viajó por el norte de Europa y por el centro y por el sur acaso. Encontró un trabajo en la televisión. Estaba cada vez más lejos, siendo tan pura, de la cenicienta pureza de su niñez de piedras. Era pura de otro modo y en esa pureza halló un novio y su padre, por ello, la devolvió a la gélida pureza de la muerte. Dan mucho miedo los hombres puros. Lo mismo musulmanes que cristianos, agnósticos que ateos. Dan miedo porque la pureza en la que ellos creen no existe. Es un mito para desinformados, para fanáticos o para simples. Porque la vida, por muy cuadriculada que vaya de normas y creencias, y por mucha pureza de sangre que cultiven políticos y teólogos, siempre cobija un ángulo oscuro. Un borbotón de luz. O muchos. Un rincón donde la duda existe, donde la libertad resurge. Ave Fénix de Estocolmo sobre las cenizas de una chica noble y buena.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_