¡Homérico!
Igual que un Pegaso olímpico, la batería alada y polirrítmica de Elvin Jones elevó a John Coltrane allí donde se pierde de vista lo humano. Ronda los 75 años y todavía faena sobre parches y platos con ilusión y energía casi prenatal: brazos de mármol flexible y fibroso; piernas, una de ellas con un hueso artificial (¡quién lo diría!), que acucian al chaston y golpean el bombo con educada furia y rigor loco. Michelin Flynn, aquel cochero-filósofo de El hombre tranquilo, le hubiera definido con el término exacto: 'Homérico'.
Con ese inatacable perfil artístico, Jones se pudo permitir el lujo de traer a San Sebastián una banda normalita y de seleccionar un repertorio bastante extraño: Chim Chim Cheree, himno de antiguos deshollinadores; What a wonderful world, en efecto, la misma canción melosa que proporcionó un éxito diferido a Louis Armstrong; un tema tradicional japonés sobre hombres del mar; y, ya en la propina, el ellingtoniano It don't mean a thing if it ain't got that swing. En el homenaje a Coltrane en el 35º aniversario de su muerte se escuchó, pues, a un Elvin Jones conciliador pero patriótico, con los atentados del pasado 11 de septiembre todavía frescos en la memoria. Así se explica que en su camiseta figuraran las leyendas New York, USA, y una pequeña bandera estadounidense.
A falta de improvisadores originales, Jones acaparó todas las miradas y rellenó todos los baches con golpes como piedras. Proezas como éstas justifican mil veces que el festival le haya premiado por el conjunto de su carrera.
En la primera parte del concierto de la plaza de la Trinidad, sucedió lo contrario. Y no porque el saxofonista Charles Lloyd, el líder, estuviera mal, sino porque Geri Allen (piano), Robert Hurst (contrabajo) y Billy Hart (batería) formaron mucho más que un trío rítmico al uso. La pianista demostró poseer una sensibilidad profundamente femenina, quizá por eso atacó las teclas con energía más allá de la simple fortaleza masculina, mientras el bajista realizó un solo con arco pulcramente afinado, cosa rara en el gremio. Por su parte, Hart batalló con esa especial sabiduría de los veteranos que jamás terminan de gustarse.
La cuarta jornada se había iniciado con un letárgico concierto del pianista surafricano Abdullah Ibrahim. Siempre despierto y alerta, el pianista argentino Adrián Iaies dio un paso adelante en su concierto de medianoche. Hora idónea, porque su próximo disco se titulará Round midnight y otros tangos. En manos de Iaies las melodías de Footprints y Eleanor Rigby respiraron aires limpios y frescos. Desde la otra orilla, Malena y El marne, milonga y tango clásicos en origen, alcanzaron magnitudes jazzísticas sin esfuerzo. El acuerdo estilístico total se vio próximo, y sólo falta que el argentino insista en esa comunicación de la que los músicos creativos siempre sacan conclusiones fecundas.
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