El Festival de Aviñón cierra una gran edición
El 2002 ha sido un gran año para el Festival de Aviñón. Más de 700 espectáculos presentados entre el in y el off, un 50% de obras de autores nacidos en la segunda mitad del siglo XX dentro de la programación oficial, casi una mitad de los espectáculos del in coproducidos a través de diversas vías por el festival, un índice de ocupación de las salas del 81,5%, 98.000 localidades del in vendidas y, sobre todo, algunos grandes momentos de teatro.
Los éxitos de organización y cifras son importantes para un festival, pero no son nada si no van acompañados de un sabio equilibrio entre renovación artística y consolidación de valores que el propio certamen ha ido revelando. Y Aviñón 2002 ha coronado el anticonsumismo escandaloso de Rodrigo García -tres obras- y la atención por el mundo popular de Pippo Delbono; ha confirmado el talento de director de Eric Lacascade con su Platonov, al tiempo que lograba seducir con la extraordinaria fantasmagoría a través de la cual el canadiense Denis Marleau resucitaba Les aveugles.
El teatro clásico moderno ha estado muy bien representado con Mein Kampf (farce), de George Tabori, y la creación de nuevos espectáculos se ha apoyado en Daniel Veronese y su El suicidio o en la deslumbrante danza concebida por Sasha Waltz en noBody.
Las decepciones tampoco han faltado. La versión que Stuart Seide ha ofrecido del Cuarteto de Alejandría de Lawrence Durrell es fiel, inteligente y bien resuelta, pero carece de magia, y el montaje del Minetti de Thomas Bernhard ha contado con un gran actor -Michel Bouquet- pero la puesta en escena de Claudia Staviski es algo blanda, demasiado humorística, con falta de sentido trágico.
El éxito de Aviñón 2002 aparece cuestionado por el anunciado cese de su director -Bernard Faivre d'Arcier, 13 años en dos mandatos- después de la edición de 2003. El nuevo ministro de Cultura, Jacques Aillagon, ha anunciado que busca alguien más joven -Faivre d'Arcier sólo tiene dos años más que el ministro- para que se ocupe del festival. Su gran desafío no es tanto el mantener el equilibrio y nivel de la programación de esta edición como el devolverle las ambiciones de sus fundadores en 1947.
En cualquier caso, Aviñón no es un festival franco-francés -un 15% de los espectadores son extranjeros- ni ajeno a la ciudad que lo acoge -un 40% del público proviene de la región-. Si el sueño vilariano de hacer llegar la cultura de élite a la mayoría se ha revelado irrealizable, eso no impide que su fórmula tenga ahora muchísimos imitadores y que el tríptico espectáculo más ciudad de provincias más reutilización del patrimonio funcione a pleno rendimiento en Aviñón y otras localidades. Aillagon ha precisado que desea que su ministerio sólo subvencione los festivales que potencian la creación. Aviñón 2002 figura entre ellos y eso es así en gran parte gracias a Faivre d'Arcier.
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