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DON DE GENTES
Columna
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Mirando al mar, soñé

Elvira Lindo

ME HE VENIDO A Mallorca sin darle explicaciones a nadie, ni a mis superiores del periódico, ni a los simpáticos redactorcillos, a nadie. Podría haberlo hecho, pero sé que hay gente que me está cogiendo gato y que comenta por ahí que llevo una vida regalada. Che, che, cuidadito con los comentarios, que yo no tengo por qué dar explicaciones de mis movimientos, sólo a mi santo, al que le juré amor no ante Dios sino ante Martín Pallín, del Tribunal Supremo, que para mí es más importante. Yo es que no creo en Dios no por falta de ganas, sino porque no tengo imaginación, y me gustaría. Por cierto, hablando de Dios, Juan Manuel de Prada, que siempre me sorprende, decía en uno de sus artículos de Abc, que el hecho de que el Papa vaya por el mundo completamente gagá (lo digo sin acritud) le honra porque es una manera de llevar hasta los últimos extremos su ministerio. Y tanto. También decía mi columnista favorito que es que la gente no quiere contemplar la vejez porque la gente no es humana. La verdad es que si mi padre fuera Papa (cosas más raras se han visto) y estuviera tan mayorcísimo como él, yo preferiría que no viajara, aunque también es verdad que, conociendo a mi padre, si le sale un viaje gratis va aunque sea en camilla. No estoy queriendo decir que ésta sea la verdadera razón de los viajes de su Santidad. Pero a lo que iba, que todos esos compañeros que pueden considerar negligente el que escriba mis artículos mirando al mar (como Jorge Sepúlveda), dentro de una semana se irán a su natural solaz y me dejarán escribiendo para ustedes un artículo diario (lo aviso por si hay gente que prefiere ahorrarse EL PAÍS). Así que no me remuerde la conciencia: escribo esto desde Pollensa, pero no me privo de ser la reina de victimismo. Es una enseñanza que le debo a Bicoca y que sinceramente le agradezco: 'Cuando intuyas que alguien te viene a dar el coñazo con sus problemas, adelántate, tápale la boca con los tuyos'. Bicoca siempre está en la vanguardia de la filosofía. Mi santísimo y yo hemos aprendido a hacernos las víctimas con los niños. Ahora que estamos en la playa, cuando piden dinero, les recordamos lo que cuesta el hotel y les advertimos de que tal vez un día nadie quiera leer nuestros escritos y tengamos que vivir de los ahorros, pero ya no tendremos ahorros porque ellos se lo habrán gastado en caprichitos tales como: consumiciones del minibar; una barca hinchable patética; pantalones tobilleros; llamaditas por el móvil; un apetito paranormal; etcétera. Cuando eran más pequeños les provocábamos lágrimas, pero ahora con ese vello que les ha salido en las piernas no se lo tragan, aunque hacen el paripé.

El primer día que llegamos nos gritaron desde su habitación que nos asomáramos a la piscina, que estaba Maragall tomando el sol. Nos asomamos y, efectivamente, vimos a un tío (inglés) con la misma cara que Maragall (idéntica) pero con un cuerpo en el que cabían tres Maragalles. Cuando lo vemos por las mañanas en la tumbona, se nos representa talmente como Maragall una vez ganada la presidencia de la Generalitat, encantado de conocerse. Cuando se mete Maragall al agua, la piscina se desborda y Maragall hace el muerto dejando sólo el bigote y la barriga en la superficie. Creo que al verdadero Maragall le agradaría saber que tiene un doble y que los niños se ríen mucho a su costa. Y siempre es bonita la sonrisa de un niño. Estar en Pollensa es como estar en el extranjero. Luego dicen que a los españoles no se nos dan bien los idiomas. Hay que oír cómo hablan los camareros inglés, francés y alemán. Alucinante. En cambio nuestros turistas no saben ni decir buenos días ni en castellano ni en mallorquín. Para qué, dirán, si me lo dan todo mascao. Lo más cachondo es que el otro día había una inglesorra tipo Camila Parker (ídolo erótico de Rodríguez Rivero) leyendo uno de esos tabloides ingleses, y en la primera página había el siguiente titular: '¿Hasta cuándo vamos a permitir que a nuestros niños les cuiden nanis que no saben hablar inglés?'. Te cagas.

Las inglesas se dividen entre las que tienden a Camila y las que tienden a Fergie; las que tienden a Camila son como caballunas y las Fergies son unas gordis a las que todo les hace gracia, porque cuanto más les digas más les cabe en la barriga y si pueden se meriendan al guía turístico. Este tipo de sociología barata es la que yo me compongo mientras nado con mi santo en la piscina. Siempre voy detrás de él, haciendo cuá-cuá porque según dijo Rosa Montero las parejas humanas o somos tipo tigre, de aquí te pillo aquí te mato y luego si te he visto no me acuerdo, o somos tipo pato, siempre uno detrás de otro: nosotros, tipo pato. Es nuestra idea de la vida. Tal vez ustedes la consideren aburrida y burguesa. Ni que ustedes fueran tan progres.

A mí me gustaría ser progre, pero es que lo encuentro dificilísimo. Y veo que a otros columnistas les resulta tirao. Me gustaría, por ejemplo, que alguien me dijera cómo se come el que toda la vida hayamos defendido el Sáhara independiente (a mí me lo enseñaron en el PCE desde pequeña) y ahora como que hay que envainársela; cómo se come el que entendamos que M-VI proteste porque no le gusta la prensa española y llevemos defendiendo toda la vida la libertad de prensa. Tampoco a mí me gusta cuando los tabloides de Camilla dicen que las españolas tenemos bigote. Pero qué le voy a hacer. Pues aguantarme. Y depilármelo.

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

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