Fúnebre crujido
La semana pasada, una mañana a las ocho, me sacó del descanso reparador que he venido a buscar en este impresionante rincón de Les Rotes (Dénia), al borde del parque natural del Montgó, el traqueteo atronador de una excavadora que se estaba abriendo camino siniestramente, por el monte, en dirección a un chalet deshabitado que su propietario quiere reconstruir. La máquina quebraba, como mondadientes, los pinos que se le interponían, únicos ocupantes del terreno desde hace décadas. Juro que el lastimero y fúnebre crujido de cada tronco vencido por la pala inmisericorde habría conmovido hasta al más conspicuo pirómano.
Me he quejado al Ayuntamiento, que me ha informado por vía de un funcionario de que la obra cuenta con todos los parabienes. No se ha promulgado en Dénia, ciudad turística, ordenanza alguna contra los ruidos tempraneros en zonas residenciales. Y tratar de trasplantar un pino es empeño vano, me dice el representante público, a menos que sea joven. A mí me lo parecen, pero no voy a discutir eso; supondré que los técnicos jardineros han estudiado cada ejemplar y dictaminado la imposibilidad de reubicar ninguno, autorizando expresamente su tala. Eso sí, el Consistorio me tranquiliza comunicándome que va a ejercer su autoridad cargando al constructor el costo de una replantación compensatoria en otro lugar (solución que, por ser más baratita, agradará sin duda al interesado). Deduzco que lo importante es que se mantenga el número total de árboles, no cada ser individual. El año que viene quizá pase por Dénia para comprobar el estado de los retoños, de camino a mi nuevo destino de veraneo.
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