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Columna
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Fútbol

Vuelve el fútbol, y la pretemporada tiene poco que ver con las experiencias prematrimoniales, porque nos devuelve a unos brazos de toda la vida, al cuerpo de siempre, con sus noticias previsibles, sus escándalos menores y los mundos arbitrarios de la fantasía. Volvemos a una fábula cargada de reglas, pero con las bravuconerías de la ciudad sin ley. Como los aficionados y los directivos no necesitan más justificación que el color de sus pasiones, se atreven a decir lo que les da la gana, sin pensárselo dos veces, dejando que la inteligencia y el respeto jueguen al primer toque, para que nadie les quite el balón. Alguien va a una rueda de prensa, afirma que Rivaldo es una vieja, y el reciente campeón del mundo, el artista del contraataque y del disparo preciso, el jugador que tantos malos ratos nos ha dado a los que no somos excesivamente partidarios del Barcelona, se convierte de verdad en una vieja, y lo que es peor, en un ser que no se merece el respeto de su gente, después de todo lo que ha inventado y ha dejado escrito en el césped. La vida se parece mucho a una quiniela rota en el cenicero del domingo. Aunque la espuma esté compuesta de ovaciones, fotografías y lanzamientos por la escuadra, lo que flota sobre ella no es más que el leño de una ocasión perdida. Claro que las deudas sentimentales del fútbol no se pagan con amor, sino con sueldos y fichajes multimillonarios. Son una experiencia de prostitución, y no debe extrañarnos que al menor descuido la nueva Roma, formada por el respetable público y por sus presidentes ocasionales, afirme que ya se ha cansado de pagar traidores. Los aplausos del aficionado esconden dos o tres principios fundamentales de nuestro movimiento: lo poco fiables que son los jefes, lo mal pagados que nos consideramos todos y la fragilidad de los afectos. Cualquier agenda es un pantano de arenas movedizas.

Hay quien opina que las cosas del fútbol no tienen importancia y que por eso resulta tan frecuente la arbitrariedad deportiva. Pero los asuntos menores están hechos de la misma materia que las grandes verdades. No existen muchas direfencias entre los contenidos de un programa veraniego y las noticias de un telediario, entre un directivo futbolero y un presidente de gobierno, entre Carmina Ordóñez y Bush. Hace falta ser muy forofos para tragarnos los informes de la ONU, la miseria espectacular del mundo, los dramas de Palestina y la tabla de las clasificaciomes internacionales. Luego, figuras en esta liga de las estrellas, salimos a la calle con gafas de sol y un polo que lleva la banderita de nuestro país en el filo del cuello. No se nos cae la cara de vergüenza porque este mundo cargado de reglas es una ciudad sin ley, una quiniela rota en el cenicero del domingo, una agenda de arenas movedizas. El partido sigue en la mirada triste de los inversores que están perdiendo la mitad de su fortuna en esta crisis de la bolsa. Fuera de juego se han quedado los niños agónicos y la mujeres africanas muertas por falta de asistencia en el parto. Se bombardea de muchas maneras; hay muchas clases de escombros para cubrir cadáveres. Mientras, Europa se va de vacaciones porque necesita un balón de oxígeno. Está hecha una vieja.

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