La Sinfónica de Barcelona se gana al público londinense sin alcanzar su brillantez
Antes del concierto, tarde gris, puro Londres de verano, pero todo el mundo razonablemente contento: por fin no llueve y el calor se acerca. Así que la gente, encantada, empezando por ese público maravilloso de los Proms al que casi todo le parece estupendo, y que ocupaba las tres cuartas partes del aforo del gigantesco Royal Albert Hall.
La verdad es que ver a una orquesta española como la Sinfónica de Barcelona en uno de los festivales más populares del mundo -la segunda en 108 años de historia de los Proms, tras la Joven Orquesta Nacional de España- no deja de tener para algunos su punto de emoción. Si luego el concierto termina con un El sombrero de tres picos tan de brocha gorda, y encima se aplaude con esa pasión un poco compasiva que engendra lo que se considera menor, la sensación es otra, la de que nadie ha entendido nada, ni el director -un Lawrence Foster que se despedía como titular y que marcó todos los compases de todas las obras del programa- ni, con todos los respetos, el público, y que seguimos no siendo casi nadie en ciertas cosas. Y con Falla de por medio, pues peor. Porque no es eso. Porque no hubo demasiada gracia, porque las citas -del No me mates con tomate o el San Serenín a la Quinta de Beethoven- se dijeron como de pasada y porque la jota final no elevó ni medio grado la temperatura de una lectura discontinua, mal sumada en sus partes.
El programa estaba formado por tres obras maestras de la música española: el ballet fallesco, el Concierto para orquesta de Roberto Gerhard y las Cinco canciones negras de Xavier Montsalvatge. Y, como añadido, quizá por temor a que el resto fuera de atractivo insuficiente, el Concierto para violín y orquesta de Mendelssohn, en el que Viktoria Mullova, acompañada sin la gracia que requería el caso, mostró que la madurez le adorna ya con sus mejores galas.
Su sonido, no muy grande, es, sin embargo, denso y envolvente, y la línea mantuvo una serenidad sin mácula, más puramente romántica, es verdad, que volcada a ese puntito feérico que pide casi siempre el Mendelssohn más vivaz. La Mullova era, qué duda cabe, un buen gancho. Como Jennifer Larmore, una mezzo de campanillas y alta cotización. Lo que la americana extrajo de las canciones de Montsalvatge lo hizo en lucha titánica con su español voluntarioso y su desconocimiento del estilo. ¿No había nativas disponibles?
Tampoco Foster parecía muy ducho y la deliciosa orquestación de Montsalvatge se quedó por el camino. Lo mejor del programa, con diferencia, el Concierto para orquesta de Roberto Gerhard, el exiliado en Gran Bretaña que hoy es un músico tan suyo como nuestro. A Foster, se ve a la legua, le gusta mucho la obra, la domina y la explica con magnificencia. Fuera de programa se nos regaló el preludio de La revoltosa, de Chapí, más bullanguero que castizo.
En fin, que si el éxito de público fue incuestionable, a uno le queda la sensación de que en Londres no han visto a la muy buena orquesta que la OSBC es capaz de ser.
Carmen se fuma un puro polémico
La foto, como diría un jovenzuelo, es total. Una Carmen pelirroja, de inequívoco aspecto nórdico, aparece en la primera página de The Independent fumándose un puro en el escenario del teatro del Festival de Glyndebourne. No es otra que la mezzosoprano sueca Anne Sophie von Otter, que hace por primera vez en su vida el papel de la cigarrera. En tiempos de lo políticamente correcto, el escándalo ha surgido. Y más cuando la compañía tabacalera British American Tobacco ha colaborado con la bonita cifra de 320.000 euros para la producción dirigida en escena por David McVicar y en lo musical por Phillipe Jordan.
En el Reino Unido se fuma mucho y el altísimo precio del tabaco ha demostrado no ser disuasorio. Los de la British American han pensado que así lavan su mala imagen y que, en un país que no parece que vaya a dejar de fumar fácilmente, es preferible aliarse con la cultura. Este año en Glyndebourne, Audi ha patrocinado Don Giovanni y el Comendador no llega a la cena en coche, ni los personajes de Katia Kabanova, de Janacek, leen el periódico -la producción tiene el apoyo de Associated Newspaper Limited-, ni en Albert Herring de Britten -será el turno de Riggs & Company, una empresa de banca personal- aparecerá nadie con un fajo de billetes. El Festival de Glyndebourne ha hecho pública una nota en la que explica las cosas: necesita patrocinio, la industria del tabaco es legal en el Reino Unido y el patrocinador ha sido discreto y generoso. Ademas, en el estreno de Carmen, en 1875, se fumaba en escena.
Babelia
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