Los dinosaurios audiovisuales
En los últimos meses, el paisaje audiovisual europeo ha vivido algunos auténticos mazazos. El grupo alemán Kirch, la plataforma inglesa ITV y la plataforma digital española Quiero TV han entrado en crisis financieras irreversibles. Esta última se ha convertido en la primera televisión privada española que ha cerrado. Igualmente, los datos recientes de Endemol, Vivendi, Vía Digital o AOL-Time Warner hablan de pérdidas extraordinarias.
Entre nosotros, Telefónica (Vía Digital) ha tenido que vender a Telefónica (Antena 3) los derechos de emisión de los partidos del Mundial de Fútbol, mientras que el director de la CCRTV ha reconocido que la retransmisión de partidos de fútbol le cuesta a TV-3 cerca de 2,5 millones de euros al año, pero le reporta ingresos por sólo la mitad.
¿Hay algo en común tras este paquete de dificultades? ¿Se puede hablar de alguna tendencia general?
En los últimos 10 años, el número de televisiones operando en Europa ha crecido de modo extraordinario, a la vez que la introducción de nuevas tecnologías (cable, satélite, TDT) pone al alcance de los espectadores una oferta televisiva enorme, que no conoce fronteras nacionales. En estas condiciones, el camino que lleva desde aquello que se emite (digamos un partido de fútbol, o una película) hasta la pantalla del espectador se ha prolongado de un modo sensible. La 'cadena de valor', el número de operaciones de intermediación que se producen a lo largo de ese camino, se ha alargado, abriendo espacio a nuevas figuras institucionales y, en definitiva, a un mayor número de operadores del servicio. Nos hemos de ir acostumbrando a distinguir entre operadores, comercializadores, productores de contenidos, gestores de derechos, editores...
A medida que la tecnología se hace más compleja, las cosas se complican aín más. En la televisión digital terrestre, existe un operador adicional (el llamado 'gestor de multiplex') que transporta la señal de varios canales a la vez, ajustando la amplitud de banda atribuida a cada uno, en función de la riqueza visual y sonora del programa que está emitiendo.
En sí, este crecimiento de la cadena de valor no tiene nada de malo: genera un panorama más complejo, introduce dificultades adicionales para los reguladores, pero se corresponde a exigencias de pluralismo y de mejora de la calidad del servicio, y se basa en una tendencia a la especialización. Nada pues que objetar, en abstracto. Pero cuando la máquina se pone en marcha, las cosas cambian.
Cambian porque, en primer lugar, el buen funcionamiento de la cadena exige independencia entre los operadores de los distintos eslabones. Por poner un ejemplo mil veces empleado, si una marca automovilística fuese a la vez propietaria de las autopistas, cabe temer que impusiese condiciones distintas a los vehículos de otros fabricantes. En otras palabras: los procesos de integración vertical acostumbran a dar malos resultados. Cuando un canal de televisión está integrado en el mismo grupo económico que una productora cinematográfica, no hay que esperar que el servicio esté orientado esencialmente a la calidad de la programación emitida, sino más bien a la cuenta de resultados del grupo.
El crecimiento del número de actores que intervienen en el proceso significa que hace falta más dinero para hacer funcionar la máquina. Pero este dinero no llega. El gasto publicitario, en toda Europa, se redujo a lo largo del pasado año (y no sólo a partir de los atentados de Nueva York: la tendencia ya era visible desde el primer trimestre de 2001). A más largo plazo, se ha estimado que los ingresos publicitarios de las televisiones europeas en su conjunto crecieron en la última década alrededor de un 10% en términos netos; pero en ese mismo periodo, se triplicó el número de operadores televisivos. En otras palabras: la tarta económica (puesto que publicidad y patrocinios son en la práctica elingreso fundamental de todo el sector) ha crecido mucho menos que el número de comensales.
El otro gran dato de la crisis ha sido la entrada y la presencia en el sector de empresas procedentes de otros ámbitos económicos, desconocedoras de la lógica televisiva y con expectativas económicas extravagantes. Cuando compañías telefónicas, proveedores de Internet o sociedades de aguas entran en el negocio televisivo, se produce inicialmente una espuma de entusiasmo y de capitalización; pero ahora vemos que conocer el sector y saber moverse en él es un requisito indispensable. El viejo refrán sobre el zapatero y sus zapatos también se aplica aquí, y de modo contundente.
De modo que hay razones para creer que las dificultades económicas en el sector no son un dato coyuntural, sino un hecho de fondo: probablemente se ha llegado a los límites de la viabilidad del modelo actual. Las aspiraciones económicas de los diversos operadores se han vuelto irrazonables: los déficit crónicos de las televisiones públicas y las ineficiencias de las privadas están poniendo en peligro la estabilidad del edificio.
En otras palabras: el sector debe salir de su crisis de gigantismo, lo cual incluye fases de 'destrucción creativa', por decirlo como Schumpeter. Va a ser precisa la aparición de nuevos operadores televisivos, menos megalómanos que los actuales, más próximos a los espectadores, y más capaces de ofrecer producciones propias, de calidad e interesantes para públicos variados. Por consiguiente, menos productos estereotipados, más ajustados en sus previsiones económicas y más independientes respecto a los grandes conglomerados empresariales. La era de los dinosaurios audiovisuales puede estar terminando.
Joan Botella es miembro del Consejo del Audiovisual de Cataluña
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