Michael Schumacher, la leyenda
El alemán se impone en Francia y se proclama de nuevo campeón del mundo, igualando así el mítico récord de cinco títulos de Fangio
La carrera se le complicó desde el principio a Michael Schumacher, pero casi nadie tenía dudas de que acabaría ganando. El Gran Premio de Francia, 11ª prueba del Mundial, se había convertido en algo demasiado importante para que el alemán lo dejara escapar: era la primera posibilidad de ganar su quinto título. Y lo ganó.
Fue uno de los días más grandes de su carrera. Uno de los pocos momentos en que Schumacher perdió el control y dejó escapar algunas lágrimas, mientras se abrazaba a Jean Todt, el director general de la escudería Ferrari. Su victoria le permite igualar el mítico récord de cinco títulos mundiales que ostentaba en solitario el argentino Juan Manuel Fangio desde 1957.
Y, con sólo 33 años, nadie es capaz todavía de evaluar dónde están exactamente sus límites. No parece haber fronteras para el campeón alemán que ganó sus dos primeros títulos mundiales con Benetton en 1994 y 1995, y que alcanzó la gloria con los bólidos rojos de Maranello, con los que ha sido campeón los últimos tres años. Ayer igualó el récord de victorias en el GP de Francia, que ostentaba Alain Prost, con seis, y elevó su marca de triunfos en F-1 a 61.
'¿Cómo me siento?', intentó responder. 'No encuentro las palabras. Estoy tan excitado... Mi equipo es tan formidable... La motivación de todos ellos es tan grande... No quiero citar nombres. Les quiero a todos, tenemos una relación formidable. Y decirles gracias no es suficiente'. Schumacher reconoció que las últimas cinco vueltas de la carrera de ayer, cuando cogió definitivamente el liderato tras un despiste [pisó aceite] del finlandés Kimi Raikkonen (McLaren), fueron las peores de su vida. 'Había pensado muchas veces en este título, y sentí una presión enorme. Me sentía muy emocionado'.
Cuando él está en carrera todo parece ya decidido de antemano. Ayer ganó la octava de las 11 que se llevan disputadas esta temporada. Sus triunfos parecen inevitables. De una u otra forma acaba ganando. Lo hizo de forma lamentable en el Gran Premio de Austria, donde su compañero de equipo Rubens Barrichello le cedió el paso descaradamente en la última vuelta cumpliendo órdenes de equipo. Lo logró con autoridad en varias ocasiones.
Y en otras, como ayer, aprovechó las desgracias de los demás. Barrichello, que podía retrasar su título acabando segundo, no logró poner en marcha su coche en la salida. Juan Pablo Montoya (Williams), al que sólo le valía un segundo puesto, embistió como un toro al principio y lideró la carrera por delante de Schumacher, hasta que sus neumáticos le hicieron perder fuelle.
Si Schumacher fue sancionado con un stop and go por pisar la línea blanca en una de sus salidas de boxes, también lo fueron su hermano Ralf y el británico David Coulthard (McLaren), líder durante dos vueltas. Sin embargo, lo que al final sentenció la carrera de Magny Cours fue un error o una desgraciada mancha de aceite, que llevó a Raikkonen a pisar ligeramente el cesped en la salida de una curva, tras haber controlado 10 vueltas a Schumacher. ¿Un simple incidente, o el peso de la presión de llevar al campeón tras los talones? Cuesta soportar eso.
Schumacher cogió el mando a cinco vueltas para el final. Las peores de su vida. Las que le colocan en el olimpo de la fórmula 1 como el más grande. En Maranello las campanas sonaron ayer con más fuerza que nunca.
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