Medianeras
ANTONIO OREJUDO
Mientras él se encomendaba a Dios y jugaba a que era el presidente Truman y a que el peñasco era Hiroshima y a que no había más remedio que tomarlo por sorpresa para evitar sufrimientos inútiles, nosotros en Almería, ajenos al glorioso papel que la Providencia le había reservado, bebíamos un vinito y comíamos unos canapés inaugurando entre risas una exposición de medianeras fotografiadas por Carlos Pérez Siquier.
Las medianeras son las paredes que están en medio, los muros que separan, pero que al mismo tiempo unen (y éste es su principal valor metafórico), dos construcciones adosadas. Las paredes medianeras no se ven hasta que uno de estos dos edificios es derribado. Algunas veces caen los dos y en el solar que ocupaba uno de ellos se alza una obra nueva que exhibe una pared ciega en su lateral; es la medianera, la superficie que le servirá de unión y de separación con el edificio contiguo. Pueden pasar años antes de que la casa que queda en pie vuelva a unirse. La marca de la amputación, brillante como una cicatriz, se incorpora al paisaje urbano como una fachada inversa. En Almería, traseras y medianeras saltan a la vista por todos lados. Es normal que proliferen en una ciudad avergonzada hasta hace poco de tener casco histórico, y con un Ayuntamiento permanentemente lubricado por los constructores y entregado a ellos en una desenfrenada orgía urbanística.
Pero lo que constituye un delito urbanístico para el arquitecto es un delirio fantástico para el fotógrafo. La exposición de Carlos Pérez Siquier organizada por el Colegio de Arquitectos de Almería demuestra que, miradas de otro modo, esas paredes ciegas pueden ser puertas abiertas. Las hay que se han convertido en lienzos improvisados y que han sido cubiertas por lemas obscenos y símbolos callejeros. Otras en cambio han servido de soporte a una gigantesca pintura mural cuidadosamente planificada. Hay medianeras cubiertas con una mano de pintura sobrante, convertidas, sin que nadie lo hubiese advertido hasta ver la foto de Pérez Siquier, en un cuadro de Mondrian. Hay otras que todavía conservan restos de lo que fue el interior de la vivienda derribada; el horterilla alicatado del baño, adherido inverosímilmente a una textura arenosa, adquiere un aire perturbador. Mientras paseaba por la exposición iba reconociendo este o aquel edificio, pero no recordaba haber visto ninguna de las medianeras fotografiadas por Pérez Siquier. Es lógico; esos muros sólo existen de ese modo cuando él los mira.
Como decía José María Ridao el viernes, a nuestro líder le ha bastado un año para derribar el delicado edificio que la diplomacia española había conseguido levantar junto a Marruecos tras la crisis de la marcha verde. Hace meses que en el solar del Estrecho se levanta una medianera, una monstruosa pared sin ventanas hacia nosotros. Aunque se repliega sobre sí misma, está esperando el levantamiento de un nuevo proyecto; una sutileza que este gobierno parece incapaz de captar. La escasa pero calenturienta imaginación de nuestro gran estadista sólo da para pintarla de rojo y gualda. Que la mire Pérez Siquier, por favor; que la convierta en otra cosa.
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