Un fino obrero de la política
Tesón, lealtad y don de la oportunidad forman el equipaje político de José Luis Olivas
'Todo lo bajito que es lo tiene de largo'. El cariñoso comentario de un veterano de la política valenciana retrata a José Luis Olivas, el hombre aclamado hace dos semanas por una eufórica junta directiva del PP para convertirse en el tercer presidente de la Generalitat Valenciana. Olivas no es alto, tiene una imagen severa y es terriblemente discreto. No es un seductor. Sin embargo, es muy leal, trabajador y dispuesto. Tiene paciencia para agotar al negociador más rocoso, lo ha demostrado en sobradas ocasiones, y es muy hábil para escribir a su favor la letra pequeña.
Olivas nació en Motilla del Palancar (Cuenca), cumplirá 50 años el próximo mes de octubre, es licenciado en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid y está casado con una farmacéutica con la que ha tenido dos hijas. Inició su carrera profesional en Valencia en el despacho de Emilio Attard y se afilió a la Unión de Centro Democrático en 1977.
Una de sus decisiones como concejal fue convertir un teórico déficit en superávit
Tibio seguidor del Barça en la intimidad, ahora sufre como el que más en Mestalla
Algo descubrió el histórico dirigente de UCD en su joven pupilo que se estrenó como concejal del Ayuntamiento de Valencia en las primeras elecciones municipales de la reciente democracia en 1979, cuando apenas contaba 26 años. Un pacto entre socialistas y comunistas impidió al mayoritario grupo centrista asumir la gestión municipal. Olivas ejerció en la oposición a la sombra de José Luis Manglano, portavoz municipal del grupo centrista.
El descalabro electoral de UCD en las elecciones de octubre de 1982 aconsejó al joven concejal renunciar a la actividad política por un tiempo. Durante cuatro años fue representante legal de asociaciones de hostelería y llegó a ser abogado de la Federación de Hostelería de la Confederación Empresarial Valenciana.
Martín Quirós, cabeza de lista de Alianza Popular en la ciudad de Valencia en las elecciones municipales de 1987, le implicó en su candidatura en la quinta posición contra el criterio de algunos dirigentes del partido. El grupo municipal de AP atravesó una legislatura desastrosa y nunca logró cerrar un pacto con el Centro Democrático y Social y Unión Valenciana para desplazar a los socialistas del poder. Olivas demostró su capacidad de trabajo y se convirtió en un auténtico baluarte del errático y ruidoso portavoz municipal que era Quirós.
Pedro Agramunt asumió la presidencia del PP en la Comunidad Valenciana en 1989. Y se fijó en Olivas. Agramunt tenía previsto elevarle al primer lugar de la candidatura municipal del PP en 1991, pero movimientos de última hora situaron en ese lugar a Rita Barberá para que el propio Agramunt encabezara la candidatura autonómica. Barberá asumió la alcaldía gracias a un compromiso asumido en campaña por Vicente González Lizondo, padre fundador de UV, y Olivas se convirtió en concejal de Hacienda, su primer cargo ejecutivo.
Llegó a las arcas municipales y se apresuró a denunciar una situación desastrosa. Pero unos días después presentó un balance saneado. ¿Ingeniería financiera? Lo cierto es que Clementina Ródenas, última alcaldesa socialista de Valencia, había anulado ingresos pendientes dudosos por valor de 30 millones de euros para sanear las cuentas. Y una de las primeras resoluciones del nuevo equipo consistió en revitalizarlos, un truco contable para animar la caja, un vicio que arrastraría en el futuro.
Olivas fue leal a Agramunt, que siempre le consideró un íntimo colaborador y tenía previsto elevarlo a la secretaría general del PP de la Comunidad Valenciana, mientras a su alrededor se urdía una conspiración contra el presidente regional. Barberá y Luis Fernando Cartagena encabezaron una rebelión interna contra Agramunt -a pesar de la oposición de Carlos Fabra- que culminó con el ascenso de Eduardo Zaplana a la presidencia regional en noviembre de 1994.
La incorporación de Olivas a la secretaría general fue una jugada maestra de parte de Zaplana. La caída de Vicente Sanz exigía un gesto para apaciguar al PP de la provincia de Valencia. Olivas parecía próximo a Barberá, pero su ascenso a la secretaría general del PP dinamitó, de hecho, el núcleo duro del PP de Valencia y garantizó al nuevo presidente regional el control de toda la organización. No dudó en prestar lealtad a Zaplana y dejarse arrastrar por los sucesivos éxitos electorales que ha acumulado el PP desde entonces en la Comunidad Valenciana y en España.
Llegó a las arcas autonómicas midiendo los pasos para evitar los monstruosos agujeros que aseguró haber detectado en las finanzas de la Generalitat Valenciana. Pero gastó con alegría. Alguna imprudencia provocó conflictos entre alguno de sus colaboradores, pero la autoridad de Zaplana evitó problemas mayores.
Además, Olivas demostró su talento para pactar con los sindicatos, con los responsables de las cajas de ahorro y, sobre todo, paciencia infinita para lidiar con los correosos socios regionalistas que prestaron su apoyo al PP entre 1995 y 1999.
Cuando el PP logró la mayoría absoluta en mayo de 1999, Zaplana premió su lealtad con la vicepresidencia primera del Consell. Olivas se ha mantenido alejado de los focos pero ha estado en los entresijos de todos los movimientos estratégicos registrados en territorio valenciano, entre los que destacan las negociaciones con tres grandes compañías eléctricas para conjugar sus inversiones.
Sus compañeros le consideran hosco y autoritario, pero sus colaboradores más cercanos afirman que resulta agradable trabajar a su lado. Fue un tibio seguidor del Barça en la intimidad, pero ahora sufre como nadie en el palco de Mestalla.
Al margen de cierta debilidad por la bahía de Xàbia no se le conoce otra afición que la política. Es un auténtico obrero de la política, pero muy fino. Y ha sabido estar en lugar adecuado en el momento preciso. Mañana, ha dicho, vivirá la culminación de su carrera en la Comunidad Valenciana. Pero nadie duda de que tiene cuerda para rato.
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