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Columna
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El micrófono

Llegó hecho un brazo de mar a la Universidad de verano, oteó el horizonte y no vio micrófonos, dónde estarán los periodistas. Buscó con la mirada a sus ayudantes y con el gesto de desesperación que da tener palabras que nadie va a recoger rebuscó por todo el recinto hasta que, al fin, encontró un canuto en el que enchufó sus declaraciones. No importaba demasiado si luego se iban a emitir o no, lo importante es que ya su necesidad de foco había quedado saciada. Con esa alegría que da el milímetro más de fama, se dispuso entonces a ocupar su sitio en la tribuna, para hablar esta vez de los humillados y de los ofendidos, y también en contra de los que buscan fama y vanagloria en lugar de trabajar en silencio, por ejemplo para ser alcalde, que es una milésima ambición cuando uno tendría condiciones, por ejemplo, de llegar a ser astronauta o premio Nobel, de la paz o de la literatura, eso da igual, pues todo tiene su foco, suceda en Oslo o suceda en Estocolmo. Y este otro que viene por ahí, buscando también un micrófono, acaba de ser nombrado (otra vez) ministro y encarga a su equipo que convoque a los periodistas a las puertas de la Macarena, a mediodía y en Sevilla, pues allí él quiere decir, después de darle gracias a la Virgen por el nombramiento, lo que acaso no puede decir en un recinto más fresco. Lo importante, en este caso, no es que haya micrófonos, sino que los vea todo el mundo, y él en medio, diciendo aquí estoy yo, que es lo que se dice cuando uno tiene delante un micrófono. Y este es también candidato, llega a la Feria del Libro, otea, como el otro, el horizonte de árboles y se extraña de que no haya un micrófono; cuando ya le alertan, aliviados, sus ayudantes de la presencia discreta pero real de algún que otro magnetófono él da un paso al frente y declara, antes de declarar: 'O sea, que ya puedo hacer declaraciones'. Y se pone a declarar. Hay una variante, protagonizada además por uno de estos protagonistas en busca de micrófono, que hasta ahora sólo habían utilizado algunos personajes pintorescos de la vida nacional: la declaración pagada, el remitido. Pues ya ha salido: como no le enchufaban el canuto, como no le llamaban para declarar, ahora que hay tanto perejil que vender, decidió declarar por escrito y pagando. Para decir aquí estoy, soy inolvidable.

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