Virtuosos de la parodia y la irrisión
El búlgaro Stefan Teddy Moskov (Sofía, 1960) lleva más de diez años representando el teatro de su país en Europa. Su grupo Oulizata (la calle), aunque no dispone de un local fijo, le sigue desde 1991 y son hoy virtuosos de la parodia y la payasada, formidables especialistas de la irrisión. En 1999 presentaron en el festival de la ciudad de los Papas una formidable adaptación de El maestro y Margarita, la novela de Bulgakov. El despliegue de recursos técnicos y artísticos -del collage a la incrustación cinematográfica, del drama al musical, del discurso filosófico a la simple gansada- era deslumbrante. Ahora han vuelto a las orillas del Ródano con la Commedia del servitore, un espectáculo en el que coinciden Leporello, Arlequín, Sancho Panza, Rosencrantz y Sganarelle. Este 'carnaval de criados' lo es también de señores -Hamlet, Don Juan, Pantalone o Don Quijote- y el punto de vista o idea central que los reúne en una sucesión vertiginosa de gags está expuesta en el prólogo: 'Tener un amo es duro; no tenerlo es el comunismo y el comunismo es la miseria: ¡viva el amo!'.
'Mi propósito no es otro que releer, sin los prejuicios de la cultura acumulada, algunas obras clásicas. Mi mirada es la del hombre de la calle y por eso he escogido parejas célebres, pasajes que están inscritos en el inconsciente colectivo como referentes culturales', dice Moskov. En realidad su propósito no es una reflexión erudita o profunda sobre la condición de criado, sino una irónica consideración sobre los roles sociales. 'El lugar que ocupamos en la escala social es muy relativo. Don Juan y Sganarelle son intercambiables. Sabe, la ironía es una constante en la gente de mi generación en los países del Este. Le aseguro que he leído y releído los textos de Marx y todo lo referente al materialismo histórico, pero es tan aburrido que ni tan sólo sirve de base para una parodia. El vértigo de la maquinaria teatral es mucho más potente si se entra en él sin prejuicios culturales'.
El supuesto apoliticismo de
Moskov no le impide haber concebido la arquitectura de su Commedia del servitore a partir de las intervenciones de un crítico, quien hilvana los distintos episodios y sobre el que recae la ridícula tarea de querer insuflarle sentido al caos. 'Él se ocupa de ofrecer un análisis serio y profundo y de contraponer su punto de vista al de los actores y técnicos. Se presenta como el intermediario entre el gran arte y los espectadores'. La elección de un crítico para esa función no es inocente. 'Quien se sitúa al exterior de la creación artística compensa siempre esa situación suministrando conocimientos eruditos sobre el arte. En los países ex socialistas, el crítico tenía una posición muy importante. Desempeñaba el papel de la censura ideológica. Cierto número de creaciones artísticas fueron destruidas por los críticos. Un artículo negativo en un periódico bastaba para que un espectáculo pudiera ser prohibido'.
De ese odio contra los 'dispensadores de sentido' surge el nihilismo de Moskov, su necesidad casi de saltar de una cosa a otra, de la evocación trágica de la muerte a la cómica del videoclip thriller de Michael Jackson, de una coz de Rocinante a otra de Zinedine Zidane. La simple idea de formular una reflexión explícita se le antoja tan inmoral como pretender imponer un punto de vista. Sus ganas de reírse de todo y de todos pasan por el cedazo de la ya citada irrisión. El teatro mismo es rebajado a una condición de juego, de entretenimiento, aunque eso no impide 'que la risa, aún y dominando, sea ácida y que el montaje no esté desprovisto de gravedad y melancolía'. Lo cierto es que la gravedad se echa en falta y la melancolía acaba por ser nostalgia del enemigo. Roth decía, hace treinta años, que 'en los países occidentales había de todo, pero nada era importante, mientras que en los del Este no había nada, pero todo era importante'. Hoy, en la Bulgaria de Moskov, da la sensación de que sigue faltando todo, pero ahora nada es importante. De ahí la indefinible tristeza que respira esta cómica Commedia del servitore en la que talento e imaginación alimentan un motor que gira en el vacío, que no hace funcionar otra cosa que su propio engranaje.
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