La cámara de los horrores
Estoy en el Poble Sec, en la calle de Margarit esquina con Blai. Busco con la mirada alguna tienda de fotografía, una de ésas de barrio donde te revelan las fotos de las vacaciones y te sacan los retratos de la comunión y del carnet de identidad. Si la historia hubiese sido otra, es muy probable que en esta esquina ahora encontraría una tienda llamada Fotografia Boix. Porque en este mismo lugar nació en 1920 Francesc Boix i Campo, fotógrafo a quien la guerra civil se llevó de aquella esquina, donde su familia tenía sastrería y casa y en la que se había criado en un ambiente confortable, trabajador y progresista. Con 17 años acude al frente y desde allí manda sus primeras fotografías a la revista Juliol, órgano de las juventudes comunistas, en las que Boix militaba.
En ocasiones la precisión fotográfica, en este caso la de Francesc Boix, suple la afonía provocada por el espasmo del horror
Con el final de la guerra llegan el exilio, los campos de refugiados en Francia y después el ingreso, junto con otros republicanos, en la Compañía de Trabajadores Extranjeros. Sus compañeros lo consideran simpático y dinámico, pese a su discutible afición a interpretar el Bolero de Ravel con la armónica. A poco de iniciarse la II Guerra Mundial caen prisioneros de los alemanes. Para los nazis los españoles eran unos presos incómodos, así que consultaron con Franco qué debía hacerse con ellos. El mismo día en que Serrano Suñer abandonaba Berlín, tras entrevistarse con Himmler, 'los combatientes de la España roja' eran destinados a un campo de concentración y despojados de su condición de prisioneros de guerra. Boix, junto con 1.505 republicanos más, es confinado en el campo de Mauthausen. Cinco mil de los 7.000 españoles que ingresaron en los campos de concentración murieron en ellos.
El preso austriaco Ernst Martin describe las maneras de morir en un campo de concentración: '1. Por disparo en el curso de un intento de fuga. 2. Suicidio por salto en el vacío. 3. Suicidio por ahogamiento. 4. Suicidio por electricidad. 5. Suicidio por ahorcamiento. 6. Declaración de que el prisionero murió por enfermedad, aunque en realidad fuera un asesinato: a) cámara de gas; b) vehículo de gas; c) asesinato por inyección; d) despedazado por los perros; e) duchas en invierno; f) forzados a permanecer de pie, encadenados a la pared; g) disparo en la nuca'. Hay que recordar que la mayoría de los suicidios eran inducidos por los propios nazis, en una cruel pereza que obligaba a la víctima a darse muerte.
El historiador Benito Bermejo ha publicado una extraordinaria biografía de Francesc Boix (RBA en castellano, La Magrana en catalán) y también ha colaborado en el premiado documental de Llorenç Soler Francisco Boix, un fotógrafo en el infierno (Planeta y Canal +). La noticia de su peripecia está explicada en ambos documentos de manera exhaustiva y emocionante. En Mauthausen, Boix, por sus conocimientos de fotografía, ingresó en el Erkennungsdient, el servicio de identificación del campo. En la habitación de revelado vio los rostros de los presos, los cadáveres y los oficiales nazis que visitaban las instalaciones. Gracias a la acción coordinada de diversos presos españoles, consiguieron esconder 2.000 fotografías y negativos, sacarlos del campo y ponerlos a buen recaudo con la colaboración de una vecina de Mauthausen, que prefirió no ver el contenido del paquete. Llegó la liberación y Boix fotografió los rostros de agónica alegría de los presos. Como tantos comunistas españoles se fue a París; llevaba consigo las imágenes del holocausto.
En aquellos años de la inmediata posguerra se produjo un agotamiento, un hastío general por todo lo que recordase el horror vivido. Cuando Boix llegó a París con las fotografías la recepción no fue muy entusiasta, hasta que la revista Regards publicó un primer reportaje. Pierre Durand, ex redactor jefe de L'Humanité, habla de la imposibilidad de los ex deportados para contar y, sobre todo, para escuchar las experiencias de la guerra. Algo similar transmite Carles Sentís en su libro sobre los juicios de Núremberg: 'Tras la suspensión del proceso en Navidad, tanto Augusto Assía como yo, en vez de regresar, nos fuimos a Nueva York para recoger la vertiente optimista de la posguerra y no continuar como si estuviésemos en guerra, como si todavía durase'.
Un mes después, en enero de 1946, Francesc Boix es el único español que declara en el proceso de Núremberg. Algunas de las fotografías que había logrado escamotear a los SS se proyectaban ahora para condenar a sus torturadores.
Las palabras siempre nos obligan a crear un imaginario, aunque para evitar el dolor a menudo construimos una imagen difusa. Las fotografías de Boix -las que hizo y las que rescató- se proyectan en nuestra mente de manera irremediable. No es que la imagen valga más que la palabra -boutade de publicistas-, pero en ocasiones la precisión fotográfica suple la afonía provocada por el espasmo del horror. Las fotografías son el testimonio permanente del genocidio, palabra inventada en Núremberg para poder abarcar la magnitud de aquella barbarie.
Boix no pudo regresar a su Poble Sec natal, murió en 1951 a causa de una tuberculosis. Como para la mayoría de los supervivientes, las secuelas del paso por los campos de concentración fueron insuperables. Ahora la biblioteca de la calle de Blai lleva su nombre y la antigua sastrería familiar es hoy el bar Zodíaco, donde Mercè Aguiló cuelga en la pared los recortes de prensa que hablan de Boix, como este mismo.
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