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Columna
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Los cristianos

Sostiene George Steiner en su libro Gramáticas de la creación que dos grandes herejías surgieron del viejo tronco judaico. La primera, el cristianismo -paraíso en el cielo- y la segunda el comunismo -paraíso en la tierra-, y ambos edenes muy remotos, ya en el tiempo, ya en el espacio. Los herejes, claro, también fueron judíos: Jesús de Nazaret de un lado y Carlos Marx del otro. Pues bien, si Steiner tiene razón, cabría decir que un cristiano comunista sería el paradigma del heterodoxo. Del seguidor de una doble disidencia en la que, por cierto, incurre Javier Madrazo, el católico líder de la IU vasca: un hombre que no tiene ningún empacho en pactar con Batasuna la deriva étnico-religiosa de Euskadi. Pero vengamos a Valencia, donde se comenta que hay un gran ruido de cristianos en la acera del PP. La marcha de Zaplana a Madrid ha situado al creyente Camps como nuevo líder popular y al parecer este ascenso disgusta a los militantes musulmanes del partido, que son pocos, y sobre todo a sus afiliados más liberales y posibilistas, quienes consideran anticuado y sonrojante utilizar adjetivos de la fe a la vida política española y valenciana, que la Constitución quiere laica y con las tetas al aire. El apellido cristiano, apunta el ala privatizadora del PP local, quede para los historiadores de la Democracia Cristiana Italiana, aquella mafia santurrona, y en última instancia para la devoción o para las dudas de cada cual. Los liberales del PP, ahora huérfanos de San Eduardo, consideran excesivo citar al Hijo de Dios en los programas electorales. Entienden que eso sería incurrir, aunque venialmente, en una práctica propia de Arzalluz y de sus ayudantes los obispos de Gasteiz, Donostia y Bilbo, con quienes el ex jesuita concelebra cada domingo la incierta ceremonia de la secesión. Y a todo esto, no debemos olvidar que la historia nos dice que Cristo tuvo poco trato, o ninguno, con los poderosos. Que era hombre poco convencional, poco dócil. Amigo de niños y visionarios, de pobres y prostitutas. Alejadísimo de los tecnócratas de la religión, de los cambistas del templo. Y de sus acólitos políticos.

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