Difusión matizada
De las sociedades normales, o mejor, de las convivencias sociales normales -y por normal sólo entiendo aquí el contraste con lo que sucede en Euskadi-, lo que más envidio es el matiz. La posibilidad de cada cual de adoptar posiciones precisas, de desplazarse milimétricamente en cualquier dirección ideológica. De expresarla al detalle.
Pero la dolorosa realidad de Euskadi - es dolorosa no porque sea plural, ni porque los lados de esa pluralidad sean mayormente esquinas, ni porque esas posturas enfrentadas parezcan irreconciliables, sino por lo contrario, por la uniformidad que unos pocos pretenden; los mismos pocos que, desconfiando probablemente de la capacidad seductora de su discurso, tratan de imponerlo por la fuerza, la amenaza, la extorsión-, desaconseja demasiadas veces el detalle, impide el matiz. Nos aboca, en definitiva, al bulto, al por mayor de las posturas, a los alineamientos imprecisos y en bloque. Y así, nos obliga a apoyar causas que en circunstancias normales no apoyaríamos; a acompañar a quienes, en un mundo más feliz, consideraríamos legítimamente adversarios. La razón es simple: aquí aún tenemos que priorizar. Sostener lo primero, lo fundamentalmente previo que es la vida y la integridad física y una parcela de libertad equivalente para todos.
Me veo así empujada a defender la causa de Chenoa; grosso modo y por la vía de lo previo y lo esencial, su participación en las fiestas de Gasteiz. Porque es inaceptable que alguien trate de imponer su opción con amenazas como las que han dirigido a la cantante partidarios de otro grupo musical. Y porque la decisión de invitarla ha partido de un ayuntamiento democráticamente elegido, y por esa razón, legitimado incluso para programar dudosamente, es decir, con objetable criterio.
Y cuando digo defender, digo también animar a Chenoa para que vuelva sobre su decisión de suspender su concierto en Vitoria. Su ausencia subrayaría nuestra excepcionalidad -el permanente estado de excepción que nos imponen los violentos-, su presencia la difuminaría. Ese concierto ha adquirido una dimensión disparatada en lo literal, pero valiosa en lo simbólico. Ojalá Chenoa lo comprenda, y venga para cantarlo.
Escribir 'estado de excepción' me ha hecho recordar estas palabras del poeta palestino Mahmud Darwix: 'No quiero que la poesía palestina esté sometida a las exigencias del Estado de excepción (...). Es una aspiración difícil y compleja. Y forma parte de la búsqueda de una vida normal en circunstancias totalmente anormales'. En cualquier circunstancia, la máxima sensación de normalidad la da, a mi juicio, el matiz -lo que me devuelve al principio de esta columna-, la posibilidad de adoptar posiciones ceñidas, de expresar, deletreadamente, nuestro punto de vista. El matiz puede así convertirse en un acto de rebeldía. Y si hace un momento he defendido, grosso modo, la actuación de Chenoa en Gasteiz, desde el detalle rebelde ahora me opongo a ese concierto. Por tres razones que voy a precisar.
La primera es que estoy harta de estos chicos clónicos del triunfo, aburrida de su ubicuidad mediática, estragada del hastaenlasopa de sus temas. La segunda es que el ritmo de sus actuaciones me parece una forma peligrosa de abuso, a la que no habría que contribuir. A estos chicos los están exprimiendo tanto y tan deprisa que muy pronto no van a ser más que cáscaras sin jugo, cascos vacíos que el negocio va a descartar sin la menor contemplación.
La tercera objeción es más política. Considero que es obligación de los poderes públicos compensar el mercado cultural, no reforzarlo. Es decir, contribuir a hacer visibles y accesibles aquellas manifestaciones culturales que el mercado excluye por razones de interés económico o de gusto oportunista. Chenoa no necesita de un ayuntamiento para llenar las salas, y por eso a cualquier empresario le interesa su producción. Que la traiga a Vitoria, pues, el dinero privado, y que público se destine a otra cosa. A la difusión matizada, por ejemplo, de la calidad.
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