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Columna
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'Colesterol bueno'

Emilio Ontiveros

De las distintas categorías de flujos internacionales de capital, a las inversiones directas se las califica de colesterol bueno: además de los efectos de cualquier forma de incorporación de ahorro externo, incorporan ventajas claras en el país receptor (posibilidad de difusión de tecnologías, técnicas y prácticas de gestión, etcétera), de la que la más destacada es el grado de compromiso con la economía y la empresa en la que se concreta esa inversión (ya sea a través de la adquisición de una empresa existente o de la creación de una nueva, las denominadas greenfields). Su mayor proyección temporal y estabilidad convierte, en principio, a este tipo de flujos en vehículos preferentes para el desarrollo y la integración económica internacional de los países receptores.

El flujo de capitales alcanzó el máximo histórico de 1,3 billones de dólares en el año 2000, casi cinco veces los niveles de seis años antes

Para los inversores constituye una vía de diversificación que, en no pocos casos, acaba garantizando las posibilidades de crecimiento ante la maduración y exceso de competencia de los mercados locales. Es ese interés duradero, la existencia de una verdadera apuesta a largo plazo, lo que justifica la favorable diferenciación frente a la financiación bancaria o la propia inversión de cartera.

La década de los noventa ha sido, también en el comportamiento de esos flujos, una etapa excepcional: con datos recientemente difundidos por la OCDE (Trends and recent developments in foreign direct investment, junio 2002), el crecimiento de la inversión directa no ha tenido precedentes, hasta alcanzar las salidas del conjunto de países de la OCDE (lo que equivale al 90% de los flujos mundiales) en 2000 ese máximo histórico de 1.3 billones de dólares, casi cinco veces los niveles de seis años antes. Uno de los principales inversores, en especial en la segunda mitad de esa década, han sido las empresas españolas, titulares aproximadamente del 5% de esos flujos totales en esos años. Esa tendencia expansiva se quiebra de forma brusca en 2001: los flujos de entrada y de salida en los 29 países de la OCDE experimentan una contracción desconocida en muchas décadas, en el entorno del 60%.

Los principales actores en este proceso, EE UU y Gran Bretaña, son los que experimentaron descensos más significativos, más acusados en la recepción que en las salidas; EE UU, que absorbió en los tres años finales de la pasada década el 30% de las entradas totales de la OCDE, tuvo una caída del 58%. En España las entradas se redujeron un 40%, mientras que los flujos de salida lo hicieron en un 50%, abandonando esa posición entre los cinco principales inversores del mundo.

¿Cambio estructural o simple inflexión en esa intensa oleada de privatizaciones y fusiones y adquisiciones transfronterizas, particularmente destacada en 2000, a la que acompañó la sobrevaloración de los mercados de acciones?

Los datos correspondientes a los seis primeros meses de este año no permiten anticipar una inmediata reversión de lo observado en 2001. Los flujos asociados a fusiones y adquisiciones, los más importantes en el seno de la OCDE, en la primera mitad de este año apenas representan una tercera parte de los que tuvieron lugar en el conjunto del pasado, algo que en modo alguno es ajeno a la situación empresarial que está viviendo EE UU; de hecho, las empresas estadounidenses, tras muchos años de ser importadoras netas de flujos de capital para ese propósito de fusiones y adquisiciones, en la primera mitad de este año han pasado a ser exportadoras netas; junto a las domiciliadas en Gran Bretaña, contabilizan la mitad de los flujos de salida en estas operaciones de reestructuración de la propiedad empresarial.

En ausencia de una concreción más rápida e intensa de la esperada del horizonte de recuperación de las economías desarrolladas y de su reflejo en los mercados de acciones, el año en curso acentuará la discontinuidad registrada en el pasado y, con ello, el avance en el proceso de integración económica internacional. Y ello puede ser particularmente adverso en el caso de las economías menos desarrolladas, aquellas para las que, efectivamente, el colesterol bueno podría, cuando menos, balsamizar las serias amenazas de inestabilidad financiera que hoy pesan sobre algunas de ellas.

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