Notas al relevo autonómico
Los cambios producidos en el Consell y el anuncio de las previsiones sucesorias para la presidencia de la Generalitat han decantado tal aluvión de comentarios y análisis divulgados que bien podríamos dar el asunto por exprimido en su aspecto informativo. No obstante, abundaremos con unas notas, marginales en todo caso y sólo quizá pertinentes.
Así, se le ha reprochado al ya ministro Eduardo Zaplana que haya cedido a la llamada de Madrid, abandonando un cargo -la presidencia del Consell- que debería de haber colmado todas sus ambiciones. Por lo pronto procede considerar que se marcha con los deberes hechos, pues su programa está prácticamente consumido y, en rigor, se limita a cumplir su propio compromiso de no prolongar el mandato más de ocho años. Otra cosa es que con la oferta de José María Aznar se le haya aparecido la Virgen, aventándole las eventuales dudas acerca de dicho compromiso, al tiempo que le ha despejado su futuro político. Además, se marcha, no huye, como su predecesor en esa poltrona, que dejó tras de sí una caldera de problemas en ebullición a cambio de un ministerio en el que no dejó la menor huella.
En el colmo del despecho, o de la estupidez, voces de la oposición, incluso respetables, evocan ahora con acento desdeñoso el linaje del ex presidente y de quien le sucede en el Palau. 'Es de Cartagena', anotan de uno y 'de Montilla del Palancar', del otro, José Luis Olivas. ¿Todavía estamos en ésas? ¿Pero no acordamos en los tiempos preautonómicos que eran valencianos todos los que, además de por raigambre, vivían y trabajaban en el país? ¿No establece el Estatuto que basta con la residencia administrativa en cualquiera de los municipios indígenas para ser titular de la condición política de valencianos? En estos lares, patria del mestizaje, tales resabios xenófobos son ridículos. Claro está que este quite no exime a los aludidos -y a otros- de su renuencia a la asimilación del idioma autóctono.
Atado y bien atado, aseguran que está tanto el partido como el control del mismo y de la candidatura a la Generalitat. Pues sí, a qué negarlo. Aquí, en el seno del PP valenciano, no se percibe un aliento sin la venia de su líder Zaplana. Es éste quien pone y quita mientras los demás miran y comen, por más que se reúnan en congresos. Pero, ¿no es ése el delirio de cualquier cúpula partidaria? Sin embargo, no porque tal corrupción sea general ha de inducirnos a creer que es tolerable lo que no pasa de ser una perversidad democrática. Claro que eso, a ellos, les importa un bledo con tal de que no afloren los conflictos y las urnas les sean bonacibles. De todos modos, con el líder lejos y con otros afanes más apremiantes, aquí se empieza a jugar otra partida.
El sucesor. Pues sí, en efecto, es él, Francisco Camps, ese joven predestinado a la política desde que fue destetado, que viste un blazer con blasones colegiales bordados en el bolsillo superior, que probablemente jamás ha trabajado por cuenta ajena (que no sean las nóminas públicas), que desgrana un discurso romo y que nunca ha concluido ninguno de los cargos que le han encomendado. Diríase que ha recibido la educación de un príncipe, pero muy pío y de derechas. Habrá que esperar, empero, a que tome las bridas del partido, se libere -o no- de la larga sombra de su patrocinador y se moje ejerciendo la más alta magistratura autonómica. Por lo pronto, y en teoría, el beneficiario de este relevo es el candidato socialista, Joan Ignasi Pla, que se las verá, o eso hemos de suponer, con un adversario sin padecer el pánico escénico que le infundía Zaplana.
Vienen los cristianos. Pues así será, pero me pregunto si en algún momento se ausentaron o atenuaron su influencia en el universo del poder administrado por los populares. A poco que se mire se les percibe por todas partes y siempre en crujías e instancias públicas decisivas. Acaso hayan modulado provisoriamente su presión por necesidades del guión liberal escrito y dirigido otrora por Zaplana, pero ni por asomo se han batido en retirada. Ahí está la grey combativa y a menudo descarada del beato Escrivá de Balaguer, para la que Camps ha de representar su plena validación. Una deriva venturosa, entendemos, a fin de que la izquierda militante valenciana, y la socialista especialmente, recupere algún trazo de su desdibujado perfil.
DE MAL EN PEOR
Al Valencia CF le crecen los enanos, y no es ninguna alusión perversa. Le afligen las finanzas, cruje el consejo de administración y no logra desembarazarse de la inquisición tesonera del ex presidente Paco Roig, convertido ahora en estatua de sal, a la espera quizá de que los actuales mandatarios del club acaben como el ball de Torrent. Y en esas estamos cuando el último presidente dimisionario, Pedro Cortés, airea su candidatura para añadir un gramo de zozobra en la entidad. Como según una de las leyes de Murphy todo lo que anda mal puede empeorar, no sería extraño ver a Roig y Cortés cogidos de la mano en una misma causa. Al tiempo.
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