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Columna
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Detalles

LA VIDA PENDE, como se dice, de un hilo, pero sólo se toma conciencia de ello a través de pequeños detalles, esos que nos revelan la inmediata catástrofe de la locura y la muerte, las dos formas de humano abatimiento. Así, una punzada en el pecho, que se reveló como un tumor maligno, sacó de su voluntario encierro durante 13 años, a partir de los 22 años, cuando enviudó, a Adriana Braggi, que, por fin, descubrió que había un mundo más allá de su pueblucho montañoso, así como el apasionado amor de su cuñado, con quien había convivido tanto tiempo sin percatarse de su existencia. A Romeo Daddi le volvió loco el inesperado acceso de atracción física por Gabriella Vanzi, amiga íntima de su amada esposa, pero, sobre todo, el pensar que a su fiel mujer, en cualquier momento, podría ocurrirle lo mismo. Al escribiente Belluca, un desgraciado que no paraba de trabajar día y noche para mantener a una familia con las mujeres de la casa inválidas, le bastó con oír el lejano pitido de un tren en su continua marcha hacia otros lugares para rebelarse contra su mísera circunstancia y acabar en un hospital por haber sufrido, según dictaminaron los médicos, una implacable fiebre cerebral. Para Lucietta Nespi, jovencísima viuda que acababa de ocupar el puesto de telegrafista en la pequeña localidad de Peolà, el descubrimiento de una rosa roja le animó a acudir al baile anual del casino, donde estuvo danzando con la flor en el pelo hasta que, cercada por sus lúbricos admiradores, éstos la conminaron a que la entregase al elegido, pero, al hacerlo, dándosela al único hombre que podría amar, esta pública evidencia impidió ya para siempre la feliz consumación de la historia. La visión de la mano de su vecino de cama hospitalaria, que sobresalía por entre el bastidor de tela blanca de la mampara de separación, le hizo imaginar a otro enfermo que debía ser una mano de un pobre sastre, en uno de cuyos dedos descubrió cierto día una alianza, señal inequívoca de que le habían casado in articulo mortis. A otro moribundo, en cuyos estertores sentía despegarse de la vida como flotando por entre las cosas, le entró el postrer afán de permanecer un instante más al menos como una cosa, aunque sólo fuera un modesto geranio de corta duración, quizá recordando cómo, a veces, en la noche, parece como si se encendiese esta roja flor...

Todos estos personajes, a los que una aparente nadería les quitó el sentido o la vida misma, están sacados de los cuentos de Luigi Pirandello (1867-1936), según la versión castellana de la antología titulada La tragedia de un personaje (El Acantilado), donde, en efecto, una y otra vez, se nos revela cómo los hilos del existir penden de lo más insignificante, como una punzada, un acaloramiento, un pitido de tren, una rosa, una mano, el fulgor nocturno de un geranio, los pequeños detalles de la súbita revelación.

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