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FESTIVAL DE AVIGNON

Stuart Seide estrena 'Cuarteto de Alejandría', su montaje más arriesgado

Stuart Seide (Nueva York, 1946) dirige teatro desde 1976 y vive en Francia desde 1970. En su país natal trabajó como actor en el grupo La Mamma y con la National Shakespeare Company. Fue profesor de interpretación del Conservatorio de París y ahora dirige el Teatro Nacional de Lille-Tourcoing, en el norte de Francia. En Avignon estrena su trigésimo cuarto montaje, quizá el más arriesgado: Cuarteto de Alejandría, de Lawrence Durrell. 'Soy fiel a las ideas expuestas por Antoine Vitez y su teatro del relato. Cuando Albert Camus convierte Dostoievski en teatro, lo hace sirviéndose sólo de los diálogos y reescribiéndolo todo. Adapta. Vitez nos enseña a interesarnos también por las descripciones, por el texto en su conjunto. No adaptamos. Y eso es lo que hicimos con Cuarteto'. Antes aplicó esta fórmula a Moby Dick, de Melville, o a El fúsil de caza, de Yasushi Inoué.

Quien reavivó el deseo en Seide es el director del Festival de Avignon. 'Bernard Faivre d'Arcier vino a verme hace cinco años, después de una representación, y me habló del Cuarteto, de por qué no resucitaba el proyecto. Me tuvo en pie hasta las tres de la mañana y le dije que sí. Luego, al día siguiente, al despertarme, intenté sacármelo de la cabeza, pero ya no hubo forma'.

Su montaje se estrena en la cantera de Boulbon, a cielo abierto, en medio del campo, junto al Ródano, con la música de los grillos como telón sonoro. 'Bajo el mismo cielo que protegió la escritura de los últimos tres volúmenes de el Cuarteto. Durrell vivió los 30 últimos años de su vida a 25 kilómetros de la cantera'.

Para Seide lo básico de su desafío, que comporta escoger no más allá del 3% de las palabras del libro, es que éste, en el escenario, parezca completo. 'Al menos que sea evidente que se ha respetado la estructura del relato, que el espectador sepa siempre que está viendo un libro'. Son cinco horas de teatro para cuatro volúmenes. 'El primero, Justine, es el más proustiano, una evocación de dos amores, de una ciudad, de una juventud. Son retazos del pasado que el protagonista, un pobre profesor de inglés, rememora. El segundo acto, Balthazar, ve la llegada de un personaje a la isla del protagonista y éste le descubre que el gran amor que él vivió por Justine nunca fue recíproco. El tercer episodio o jornada, Mountolive, empieza 15 años antes. De pronto estamos en un relato de aventuras, en medio de una larga conspiración política, entre espías y diplomáticos. El protagonista es un mero secundario, un momento de una historia mucho más amplia. El cuarto libro, Clea, ve al protagonista volver a Alejandría después de la guerra. La ciudad ha cambiado, algunos amigos han muerto, otros han envejecido, los recuerdos transforman los hechos. Y la obra se acaba cuando el humilde profesor decide empezar a escribir un libro que cuente todo esto'.

Cukor y Mankiewicz

El Cuarteto ha seducido a muchos artistas. George Cukor llevó a la pantalla, sin fortuna, el primer libro. Joseph L. Mankiewicz quiso hacer una película con la totalidad. 'Pero el fiasco económico que fue Cleopatra se lo impidió. Sólo queda el tratamiento que hizo de cara a un futuro guión, tratamiento que parece es muy bueno', dice Seide. Alejandría parece haber ido siempre contra sí misma. 'Es una de esas ciudades de las que siempre se dice que era mejor antes. ¡A Marco Antonio, cuando encuentra a Cleopatra, ésta ya le dice que lástima que no haya conocido la Alejandría de los buenos viejos tiempos!'.

En 1988, Seide conoció a Durrell. 'Fue por casualidad. Me había instalado en su pueblo, en Sommières, sin saber que vivía allí. Durante 15 días intenté hablarle y el último día, cuando ya me iba, lo encontré en el bar. Hablamos de literatura, de la región, de su condición de hombre del Mediterráneo. Me recordó que sus padres le habían enviado a Inglaterra cuando tenía 8 años. Detestaba Gran Bretaña. Él había vivido dos años en Alejandría. Me dijo que la suya era una ciudad imaginaria, hecha de testimonios y retazos de otras ciudades. Nunca conoció la rica comunidad copta ni la Alejandría de los Rolls Royce. No me atreví a decirle que, gracias a él, yo también intentaba inventar una Alejandría'.

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