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Columna
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Errores

José Luis Ferris

Hay frases hechas que me sacan de quicio. Y lo más lamentable es que las usamos tan desprendidamente que ni siquiera reparamos en la estupidez que encierran. Hablo de modismos, refranes o disparates del tipo: 'Errar es de sabios' o 'el que tiene boca se equivoca'. Desde luego que detrás de oraciones tan sembradas siempre cabe imaginar a algún meapilas que debió irse de la lengua o al mentecato que metió la pata hasta la ingle y quiso curarse en salud apelando a un desliz de su dudosa inteligencia. Pero miren por donde, fraseologías de tan poco crédito siguen valiendo para encubrir actitudes y hechos negligentes de consecuencias irreparables. Vaya así por delante la gracia del piloto estadounidense que hace unos días se cepilló a 48 civiles afganos que celebraban una boda en Krakakai al confundirlos desde el aire con no sé qué grupúsculo terrorista. Son cosas que pasan y, para el Pentágono, el oficial americano obró dentro de la más estricta ética profesional y patriótica. Algo semejante debieron pensar los responsables del control aéreo de Zúrich, exculpándose hasta el último momento para no asumir el accidente entre un Túpolev ruso y un Boeing 757 que costó la vida a 71 personas la pasada semana. Al parecer, en la torre de control suiza no funcionaban ni el radar ni las líneas telefónicas y el único controlador que se hallaba en su puesto dio al avión ruso la indicación contraria a la que éste se disponía a ejecutar. Deslices de sabio, que diría el filósofo de playa y transistor. Pero uno ya está harto de tanto fallo impune, porque, al final, quienes más errores cometen a uno u otro nivel acaban, como siempre, ocupando carteras ministeriales, puestos de mando y hasta algún sillón académico para que frases como las citadas al principio se acuñen para siempre en el idioma.

Hoy ando un poco herido y sólo perdonaría ese tipo de errores que se cometen por amor. Quiero decir, y ocurre, que uno se enamora inocentemente a ciegas y no repara ni en razones ni destino. Sólo cuando es tarde, cuando todo resulta ya irreversible, algo te devuelve al orden de las cosas, te reduce a lo que eres y te invita a escribir una columna tan dura y prosaica como ésta.

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