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VISTO / OÍDO
Columna
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Contra la castidad

No soy partidario de la castidad: aunque se acabe la fuerza siempre queda la imaginación, la mente. Cuando ellos decían que 'no hay que confundir libertad con libertinaje', yo elegía -como filosofía, si no podía como práctica- el libertinaje. Los estudios me mostraron las sectas europeas de los libertinos desde el siglo XIII o los del 'libre espíritu'. Eran admirables. Respeto, sin embargo, a quienes tienen razones para practicarla: desde la ofrenda a su dios hasta el sacrificio personal, a los que tienen miedo al embarazo, al sida, al castigo social. Pero que respeten ellos a los carnales. Lo que defiendo, si se me entiende, es el amor libre. Ahora mismo, el Papa, en cuya castidad de buena fe creo, incita a 'no seguir los impulsos del placer'. ¿Por qué? 'Porque el ser humano no se realiza siguiendo los impulsos del placer, sino viviendo la propia vida en el amor y la responsabilidad'. ¡Como si fueran incompatibles! Qué extraña, confusa frase. Como si su 'antecesor' san Pedro no hubiera dicho que 'más vale casarse que abrasarse'. De donde se sabe que la Iglesia no ignora que la castidad es abrasarse, y que ese tipo de placer o ese tipo de amor es también una forma de no abrasarse en la castidad.

Lo peor es que se use, ahora, contra el pánico al sida, del cual sabemos cosas cada vez más trágicas, desde los debates en Barcelona de la Conferencia Internacional del Sida hasta la condena a muerte de la nigeriana Amina Lawal (de paso: un hombre ha sido lapidado por blasfemo, y la noticia apenas ha ocupado algunas líneas en algún periódico. Qué oficio más manipulado por nosotros mismos). He vivido la edad final de la sífilis hasta la aparición de los antibióticos, y sé que nadie elegía la castidad: preferían el riesgo.

La cuestión está, sobre todo, fuera de las metafísicas: en que la propiedad de los medicamentos que mejoran y ayudan sea incautada en el mundo, que se fabriquen por millones y se den gratis en el mundo amenazado y sin remedios. Que los profilácticos no sean condenados, sino distribuidos y recomendados y explicados hasta por las religiones que están contra el principio del placer, que se usen por sus sacerdotes atormentados y luego castigados... Más vale el desenfreno que la castidad.

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