Freire desmiente a la historia
Ningún campeón del mundo había ganado al 'sprint' en la carrera francesa vistiendo el 'arcoiris' desde 1980
Si alguna vez había tenido algo seguro Robbie McEwen era entonces. El olfato no le podía engañar. Cuando un corredor, un sprinter duro y elástico a la vez, de goma y explosivo, hábil y valiente, ha conseguido ya 12 victorias en media temporada, la duda no existe. Las cosas son o no son. Y esta vez seguro que eran.
Erik Zabel no era más que una mancha magenta que se difuminaba a su izquierda. Por el rabillo del ojo, el australiano veía al alemán como si viese una fotografía corrida, borrosa, así de rápido iba, así de veloz le superaba. La meta ya estaba ahí, a 20 metros, dos pedaladas más, y no había nadie delante, entre él y la victoria. McEwen iba a ganar a Zabel en Alemania, iba a impedir que conquistara también el maillot amarillo que le darían las bonificaciones, iba a ganar él, la 13ª victoria de la temporada, el mejor sprinter del año. Y lo demostraba ganando a Zabel, el mejor de la década, el maillot verde de los últimos seis Tours. McEwen ya estaba a punto de empezar a levantarse sobre la bicicleta para abrir los brazos en victoria cuando, repentinamente, sintió un pálpito. Algo se acercaba por su derecha. Algo muy rápido. Muy, muy deprisa. Sentía la vibración del viento. Fue una centésima de segundo. Ese algo no podía ser una moto, porque no había ruido de motor. Pero iba muy deprisa. Tan rápido que la décima de segundo siguiente ya empezó a coger forma, era un ciclista, seguro, pero quién; y la décima siguiente cogió color, una mancha blanca con un arcoiris en el pecho.
McEwen no tuvo más remedio que hacer lo que más odia un sprinter de raza, girar el cuello y mirar a un lado, el gesto de la derrota. McEwen miró a su derecha y sólo tuvo tiempo de ver cómo la sombra blanca de Óscar Freire pasaba entre su bicicleta y las vallas, veloz hasta la meta. Pasó tan deprisa que a Freire aún le dio tiempo de sacarle casi una bicicleta, de ponerse delante y levantar los brazos en explosión de júbilo, como necesitando el gesto y el grito para liberar la fuerza que aún le quedaba. Y dijo McEwen: 'En los últimos 30 metros, Freire es imbatible'.
Así ganó Óscar Freire la segunda etapa del Tour, en una amplia avenida alemana en el corazón del Sarre; así honró Óscar Freire su maillot arcoiris de campeón del mundo, un jersey que no es gafe como algunos mantenían, así rindió homenaje a una prenda con la que ningún campeón del mundo había ganado un sprint del Tour desde que Jan Raas lo hiciera en 1980 en Wiesbaden, también en Alemania (posteriormente, en 1981, Bernard Hinault ganó el prólogo del Tour vistiendo el arcoiris, pero ese triunfo no es lo mismo, no hay foto de un campeón del mundo levantando los brazos en el Tour; Hinault, que ganó ese Tour se adjudicó luego, ya con el maillot amarillo, tres contrarrelojs más y una etapa de montaña en línea. Y en 1990, LeMond ganó el Tour siendo también campeón del mundo, pero no logró ninguna etapa).
Así Óscar Freire rindió homenaje a una afición española que siempre ha considerado las etapas llanas del Tour más motivo de sufrimiento y preocupación, ¿se caerán los nuestros? ¿y si hay pavés? que no se corten, que estos belgas son muy brutos, que de solaz y orgullo. La vieja teoría de que España no podía producir sprinters ya la rompió Freire hace tres años ganando el Mundial de Verona, y el año pasado repitiendo en Lisboa, pero su victoria de ayer en un sprint del Tour, en un sprint lanzado y a lo grande, frente a los mejores sprinters del momento (sólo faltó Cipollini y su tropa de cebras), la desmiente definitivamente. Sólo los muy viejos españoles tienen en la memoria las imágenes de Miguel Poblet ganando etapas hace 50 años; unos cuantos más pueden recordar al guipuzcoano Miguel Mari Lasa, astuto y rápido, en la pista de arena de Biarritz superando en 1978 a Jan Raas y Demeyère. Y nadie se puede acordar del triunfo del asturiano Manuel Jorge Domínguez en el Tour del 87, en Troyes, porque aquella victoria se produjo meses después, cuando el ganador del día, Bontempi, fue descalificado por dopaje.
'Freire gana siempre por fuerza, astucia, velocidad y fortuna', explicaba Giancarlo Ferretti, el director del Fassa Bortolo, lo que, evidentemente es así. Y así ganan todos los sprinters del Tour. Pero ayer Freire, añadió un quinto elemento. Reconoció el cántabro que había tenido fortuna para estar tan bien colocado como estaba; que había tenido fuerza para remontar en el momento decisivo; la velocidad siempre está, y la astucia es imprescindible ante tanto zorro. Freire añadió la inteligencia, o el fruto de la experiencia, en el cóctel.Harto de gastar las fuerzas pegándose con McEwen por coger la rueda de Zabel en los momentos previos al 'sprint, a 250 metros decidió dejar pasar a McEwen. Haría un sprint limpio y valiente, adelantaría a los dos. Para eso tenía los últimos 30 metros. Para eso los tuvo.
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