Mentiras de estación
Esto ha sido visto en una playa de por aquí, en una piscina. Un padre le habla a su hija, niña con teléfono móvil que va a llamar a su madre, en otro sitio. Aquí están la niña y la nueva mujer o novia del padre. Son esas cosas que impone el veraneo. El veraneo sujeta y fortalece a las familias, reuniéndolas en el reglamentario viaje anual, pero también puede separarlas, obligando a mentir a los esposos, que inventan compromisos laborales a larga distancia y montan un veraneo paralelo con el amante o la amante. Hay quien veranea dos veces, incluso simultáneamente: una vez con la familia y otra con los asuntos del corazón loco. El veraneo produce un doble efecto: reúne a las familias y resuelve viejas crisis, pero también exige definiciones peligrosas. ¿Vas a demoler tu vida o vas a encerrarte un mes en una terrorífica colonia de veraneantes con el enemigo sentimental y doméstico de todo el año?
Existe un nuevo tipo de familia, entrecruzada, de poquísimos hijos o un solo hijo y varios extraños, una madre y su novio, los dos hijos del novio, los hermanos del novio, la hija de la madre, más la antigua esposa del nuevo novio que ha venido a ver a sus hijos. O esta familia que ahora veo en la piscina de un hotel, no muy lejos de Almería, pongamos por caso. El padre habla con su hija: ¿dónde le vas a decir a tu madre que estamos? Dime, ¿dónde estamos? En Almería, espero yo que conteste la niña, de unos nueve años, pero la niña dice: en Portugal, estamos en Portugal. Muy bien, dice el padre. Y yo no estoy, dice, aunque está, evidentemente, yo lo estoy viendo por lo menos. Así que la niña llama, y está en Portugal. Sin moverse de Almería: yo sé que estoy en Almería.
Leo el periódico en la piscina. Según cuentan Luis Gómez y M. Á. Campos desde Madrid y Castellón, el tráfico de olivos milenarios es un negocio millonario. Arrancan los olivos en Castellón, Córdoba o Jaén, por ejemplo, y los venden en la Costa Brava o en la Costa Azul o en Montecarlo, o incluso en Córdoba y Jaén. Si uno quiere un olivo viejo en su jardín, ¿debe plantarlo nuevo y esperar? Un tronco crece con extraordinaria lentitud, hacia arriba, ensanchándose. Quién sabe qué cara tendremos dentro de mil años: nos quema la fiebre infantil de que el tiempo pase veloz, y un jardín sembrado hoy es siempre para mañana, un regalo para los que vendrán. Hemos perdido la paciencia y no creemos en los que vendrán. ¿Vendrán de verdad?. Queremos jardines inmediatos, trasplantados: mil años en un día. Falsificamos el jardín: no distinguimos entre la realidad y la ficción.
Ahora la niña le da consejos a su padre. Le explica que debería llamar a su madre, hablar con ella, porque la madre seguirá llamando y es mejor que el padre la llame, etcétera. El padre mira el móvil. Entonces la novia o nueva mujer del padre se levanta, coge el teléfono, va a la valla de la piscina y lo lanza como si fuera una bomba de mano, lejos de la piscina, del hotel y de la vida real. Éstas son las cosas que trae el veraneo, estos atolladeros que exigen decisiones rotundas y mentiras enredadas. No sé qué nexo existe entre los jardines, los teléfonos y las mentiras de los amantes y los niños, pero yo intuyo cierta relación.