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Columna
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La libreta

El otro día caminaba por la calle y pasé ante un contenedor de basura. Me fijé en una libreta azul que sobresalía del montón. Seguí adelante, pero sentí un cosquilleo en la nuca y un pensamiento me sobresaltó. Me di la vuelta, miré a derecha e izquierda y me pareció que nadie se fijaba en mí. Al volver a pasar delante del contenedor, procurando tener el aspecto inofensivo de quien pasea a un caniche, hice un rápido movimiento de mano y cogí la libreta. No era una libreta cualquiera, era una libreta azul.

Subí a casa excitado, pensando que era imposible, que no podía ser. Ya sé que, en estos días que corren, uno se puede encontrar muchas cosas en los montones de basura, pero la libreta azul me obsesionaba. Abrí la primera página y me puse a leer. 'Mujer, aspecto poderoso, con acento, de las que si tienes una lipotimia te arrojan un vaso de agua a la cara, te dan un par de bofetadas y quedas como nuevo. Me vale para sanidad'. Era yo el que estaba al borde del desmayo, pero me sobrepuse y pasé de página. 'Varón con aspecto de karateka, potente voz, me dicen que es un poco soberbio. Éste para economía, al fin y al cabo, la soberbia es el último refugio de la economía'. Siguiente página, 'varón morenito, quedaría mejor con un corte de pelo, cuando dice la verdad parece que miente y cuando miente también. Magnífico para portavoz de mi empresa'. Con la mano temblorosa, me fui a otra página. 'Varón, buena planta, cuando mira fijamente a los ojos me lo creo todo, como si fuera un nuevo Cagliostro, pero nada más se da la vuelta desaparece todo como humo. Éste es bueno para los parques temáticos de la periferia'.

Comprenderán ustedes que, a estas alturas, ya sabía que me encontraba ante anotaciones de una selección de personal. No había fotos, ni nombres, nada que pudiera identificar al seleccionador de la libreta azul ni tampoco a los seleccionados. Aquello no tenía delito, ¿o sí? Pero la imaginación es libre o, al menos, lo era hasta hace poco tiempo. Lo único que estaba claro es que el experto en personal no tenía prejuicios, como les ocurre a otros, éste actuaba sin discriminación alguna, seleccionaba a cualquiera.

De pronto un escalofrío me recorrió toda la espalda. Con las manos agarrotadas y el miedo en el cuerpo, salté de golpe todas las páginas y me enfrente a la última y definitiva hoja de la libreta azul como si fuera mi destino. Las letras bailaban delante de mí, pero comencé a leer. 'Varón, cristiano, muy cristiano...'. No se lo creerán ustedes, pero no pude seguir. Decidí que era mejor la ignorancia que enfrentarse al futuro.

Bajé corriendo las escaleras, llegué al contenedor y devolví a la basura lo que le pertenecía. Hay cosas que nadie debería escribir, posiblemente ni siquiera pensar porque a veces se convierten en realidad. De paso también tiré a un cementerio ecológico las dos pilas usadas de mi agenda electrónica que, por cierto, se pusieron a cotillear sobre mis anotaciones privadas. Es que ya nadie respeta la intimidad.

De madrugada pasó el camión de la basura. Cuando me quedaba plácidamente dormido pensando que, a lo mejor, nadie tenía una copia de la libreta azul, me sorprendió ver a un corredor excepcional detrás del vehículo, gritando ¡mi libreta! ¡mi libreta!

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