Mi semen es mío
(No hablo de mí mismo y de la cálida materia personal: es un modo de afirmar mi moral en forma de realidad). Aparte de herencias, deseos de maternidad biológica o pena de vaso vacío, aparte del grito de amor '¡Quiero un hijo tuyo!', el semen es de quien lo produce; si alguien está fuera del mundo, no se lo puede extraer nadie y darle identidad jurídica. Lo suscita un caso actual: no entro tampoco en su aspecto jurídico, pero sí en cómo se viene tratando esa sustancia. En el derecho a interrumpir o continuar la maternidad, no se habla del derecho de la paternidad, y está firmemente admitido que el hijo es 'sólo' de la mujer. Hasta ahora esa situación se ha producido por cobardías y canalladas de hombres que no han querido aceptar sus responsabilidades o han acudido a la traidora fórmula del 'yo qué sé': eso ya no puede pasar, y aunque hay vacíos jurídicos, ya no cuenta la vileza de la ley de Napoleón: 'Se prohíbe toda investigación de paternidad'. Una entre tantas de las suyas.
El dueño de la mitad de la vida, el que cede sus partes de personalidad ancestral, debería tener los mismos derechos sobre la nueva vida, incluso el de interrumpir el embarazo. Y las mismas obligaciones, aunque tampoco más si es que aceptamos -y además promovemos- la igualdad civil. Yo no soy partidario del aborto; más bien lo odio. Pero no lo soy de la persecución a la mujer que aborta porque hasta ahora la ley y la sociedad han castigado sólo en la mujer la natalidad fuera de sus normas. Empieza a ser algo distinto, pese al mal social de los conservadores supersticiosos: todavía aparecen niños abandonados o asesinados por el terror de la madre a mantenerlos y por el abandono o la ignorancia del padre: a veces, por la crueldad de otros parientes, y hay padres que echan a la calle a su hija preñada. No hablamos más que de principios de soluciones o de adaptaciones. Insisto en que toda investigación de paternidad debe ser obligatoria y ha de recaer sobre ella la responsabilidad necesaria. Insisto en que el aborto no es una decisión única de la madre, salvo en el caso de que esté abandonada o repudiada.
Pero insisto también en que mi semen es mío, que la esposa legítima no debe tener más derechos sobre él que los que yo tengo sobre sus ovarios -o sea, ninguno: el del libre consentimiento-, y que todo está por reformar lo más rápidamente posible.
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