Capitalismo de amiguetes
Esta fue la denominación que utilizó Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía de 2001 y ex vicepresidente del Banco Mundial, para caracterizar el problema de fondo de un sistema que hizo posible la mayor suspensión de pagos de la historia: la de la empresa eléctrica Enron. 'Lo que la debacle de Enron muestra claramente -escribe Stiglitz- es que los incentivos importan, pero que unos mercados sin grilletes quizá no proveen por sí mismos los incentivos adecuados. Es posible que los mercados no ofrezcan incentivos para la generación de riqueza; quizá ofrecen incentivos para esa clase de trucos sucios que Enrón buscó'. Ahora ha sido la multinacional de las telecomunicaciones WorldCom, también malauditada por Andersen. Y antes fue el caso del fabricante de filtros para diálisis Baxter, responsable del fallecimiento de varios pacientes, que sin embargo contaba con una certificación de calidad ISO de manos de TÜV Product Service, la mayor empresa europea de certificaciones de calidad de productos sanitarios. Y por estos pagos han sido y son Gestcartera, el BBV y el Santander de Botín. Hay diferencias entre todos esos casos, pero también similitudes: obsesión por el beneficio inmediato, contabilidad tramposa, déficit de control, ausencia de cualquier atisbo de responsabilidad social y mucho, mucho dinero sobre el que poner las garras. Capitalismo de amiguetes, en suma.
El individuo capitalista -una persona egoísta que persigue su propio interés, quedando excluido cualquier comportamiento altruista- es incapaz de sostener las mínimas exigencias morales de una convivencia humana. Se considera que una persona es racional si elige aquellas acciones que maximizan su interés privado. El problema es que son esos mismos principios los que pueden llevarnos a la catástrofe, ya que esa persona puramente económica resulta ser en la práctica, como denuncia el también premio Nobel Amartya Sen, un imbécil social, un individuo insensible hacia las consecuencias que sus actos tienen sobre los demás. En definitiva, la lógica de la competencia y del egoísmo está de hecho fomentando los comportamientos según el modelo del gorrón (free rider) analizado por Olson: desde la lógica racional del sistema, cuando una persona cuente con la posibilidad de beneficiarse de la acción colectiva de los demás sin asumir los costes derivados de su propia participación en la misma, lo hará. Por eso, si es posible la convivencia humana bajo el dominio capitalista no es gracias a este y a los valores y emociones que exige, sino a pesar suyo.
Deberíamos prestar más atención a la tesis de Castoriadis, según la cual el capitalismo sólo funciona porque ha heredado una serie de tipos antropológicos que él no ha creado y que no habría podido crear: jueces incorruptibles, funcionarios íntegros y weberianos, maestros consagrados a su vocación, obreros con un mínimo de conciencia profesional. Estos tipos humanos han sido creados en períodos históricos anteriores, por referencia a valores entonces consagrados e indiscutibles: la honestidad, el servicio al Estado, la transmisión del saber, el trabajo bien hecho, etc. Nosotros, en cambio, vivimos en sociedades donde esos valores se han vuelto ridículos, donde sólo cuenta la cantidad de dinero que uno pueda embolsarse, no importa cómo, o el número de veces que uno ha aparecido en televisión, no importa haciendo qué.
El único tipo antropológico creado por el capitalismo, y que fue imprescindible para su establecimiento, fue el empresario schumpeteriano: esa persona apasionada por la creación y ampliación de esa nueva institución histórica que es la empresa. Pero la tendencia actual, advierte Castoriadis, está minando incluso este tipo: en unos tiempos en los que las operaciones financieras reportan mucho más que las actividades empresariales, el empresario está siendo sustituido por expertos en la especulación.
Por cierto: también existe una universidad de amiguetes, lo mismo que una política de amiguetes. Pero de estas cosas hablaremos otro día.
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