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Necrológica:
Perfil
Texto con interpretación sobre una persona, que incluye declaraciones

Muere François Périer, el actor que estrenaba las obras de Sartre

Intérprete de más de 100 películas, trabajó con Fellini y Cocteau y fue Salieri en 'Amadeus'

François Périer (París 1919-2002) falleció ayer después de 10 años de enfermedad que habían ido apartándole progresivamente de la pantalla o el escenario. Nunca fue ni quiso ser 'una estrella', a pesar de que protagonizó o intervino en más de 100 filmes y estrenó obras tan importantes como Les mains sales (Las manos sucias, 1948) o Les séquestrés d'Altona (Los secuestrados de Altona, 1959), de Jean-Paul Sartre. 'Si Louis Jouvet fue mi maestro como actor, Sartre fue mi maestro para la vida', solía decir Périer.

Su carrera profesional comenzó en 1938, tanto en el cine como en el teatro. Había estudiado en el conservatorio, bajo la dirección de René Simon, y la Comédie Française se interesó enseguida por su talento. Fue el gran Christian Jacque de la primera época el que le consagró, en 1941, como galán romántico en Premier bal.

Acabada la guerra y la ocupación alemana, Périer lleva una actividad frenética, interviniendo en cintas de L'Herbier, Autant-Lara, René Clair, Gilles Grangier o del citado Jacque, al tiempo que sigue subiendo al escenario con regularidad. En 1948 conocerá a Jean Cocteau, que le elige para que sea el ángel Heutebise en Orfeo, y a Jean-Paul Sartre. 'Descubrí que era mucho más que un escritor políticamente comprometido, que era un fuego en torno al cual revivir. Cada vez que tuve que tomar una decisión importante pensé en qué haría él. Una vez que Sartre murió, sigo planteándome las cosas de igual modo: nunca ha sido ajeno a mi comportamiento'.

Esa imagen de intérprete existencialista no le impidió participar en proyectos de otra naturaleza. Como director y actor obtuvo un gran éxito de público montando Gog et Magog, de Roger Mac Dougall y Ted Allan en 1959, pero su imagen adquirió el tono que iba a ser dominante en buena parte de su carrera en 1956, cuando encontró a Federico Fellini. Éste le eligió para que fuese el sombrío y siniestro Oscar, el hombre que promete amor y estabilidad burguesa a Cabiria, sólo para desvalijarla mejor. Jean-Pierre Melville, ya en los años sesenta, reclamó también su voz y silueta para incorporarle al universo glacial y nocturno de sus gánsteres en Le samurai (1967) y Le cercle rouge (1970).

La televisión le dio la oportunidad de ampliar su bulimia profesional -más de 10.000 funciones teatrales- y encarnar a un popular inspector que llevaba su nombre de pila, o al cardenal Mazarino. La radio y el disco sacaron un gran provecho de su voz profunda y de dicción clara. 'No soy lo bastante guapo para interpretar Britannicus, Don Juan o Lorenzaccio, pero la radio me ha ofrecido el placer de los papeles que se me habrían escapado por mi físico', decía. Claude Chabrol -en Madame Bovary (1990)- le pidió que fuese el narrador de la historia; Gérard Depardieu lo quiso para que le ayudase en su debut como director de cine en Tartuffe (1984), un molière que Périer había interpretado en el escenario en decenas de oportunidades, pero su última gran imagen como actor formidable puede que sea la que ofreció como protagonista de Muerte de un viajante, una obra y un personaje de Arthur Miller que, en 1984 y 1987, le iban como anillo al dedo. O quizá sea mejor recordarle como el amargado Salieri de Amadeus...

Corpulento, de cejas espesas, el pelo casi siempre peinado hacia atrás y controlado a base de fijador, François Périer escribió un libro de recuerdos -Profession: menteur (Profesión: mentiroso; 1990)- en el que evoca un oficio que le llevó a pensar: 'Cuando no interpreto, vivo un entreacto'.

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