Culo veo, culo quiero
LE DIJE UN DÍA a Bicoca la ilusión que yo tenía por comprarme un móvil con su kit manos libres para poder ir por la calle gesticulando como una loca. Hace tiempo que quería comprármelo, desde un día que vi a la actriz Mariola Fuentes, vestida de domadora de circo, gritando por la Gran Vía y alzando los brazos al cielo. Parecía Lola Flores rediviva. En realidad, yo aún soy más retorcida (como diría Albaladejo): quiero mi kit manos libres para llevar el pinganillo en la oreja, simular que hablo con alguien y en realidad ir hablando sola por la calle, que es a lo que aspiro y sólo hago cuando estoy en Nueva York porque aquí enseguida te miran raro. A lo que iba, que le dije a Bicoca la ilusión que yo tenía por el kit manos libres, y la tía me suelta que qué horterada, que eso sólo lo usan los ejecutivillos de cuarta, las actrices, 'y José Manuel Lorenzo', le apunté yo, que lo usa cuando hace el papel de director de Canal +. Pero como en el fondo Bicoca es 'culo veo, culo quiero', me llama el otro día desde Jacques Dessange y me dice que se lo ha comprado sólo para cuando vaya a hacerse la manicura a fin de que el esmalte no se corra. También dice Bicoca que lo hace por solidaridad porque cuando no tenía kit la que respondía las llamadas del móvil era la señorita esteticista, 'pero oyes, me decía Bico, le dejaba medio euro de propina'. Ahora que ya no tiene que sujetarle el móvil le deja sólo veinte céntimos. Admiro el desparpajo que tienen los pijos para ser mezquinos.
La cosa es que Bicoca me dijo que si la acompañaba a lo de Sisley del Museo Thyssen. Y yo, alucinada por el repentino interés pictórico de Bicoca, allí que me personé. La gran novedad bicoquiana es que en Dessange le habían hecho extensiones (fundamental para este verano, me dijo) y la melena le llegaba por el culo: es pelo de india, me informó. '¿De qué india?', pregunté con aprensión. 'Oyes, guapa, no te pongas mística, que a la india la volverá a crecer el pelo como a todas las indias, que es que estamos llegando a un punto que no puede una dar un paso sin sentirse racista'.
Tuvimos problemillas en la entrada del museo porque Bico se había traído a Cayetano, y el portero nos dijo que perros no. Bicoca apeló a su amistad con Tita, habló de los Del Fresno, sacó el carné del partido y al final consiguió que el pobre guardia se quedara cuidando de Cayetano en la puerta, y el bulldog se tomó en serio lo de perro guardián y espantó a ladridos a varios ciudadanos con sincero interés cultural.
Bicoca es muy de Tita, siempre lo ha sido (único punto en común con mi santo), me dijo que se notaba que Tita había tomado las riendas de la colección porque 'esto de Sisley, en vida del barón, Tita no hubiera podido hacerlo'. De camino a la sala me explicaba que la pintura era un arte trasnochado, que Tita había entendido el mensaje de los tiempos, Armani en el Guggenheim, ahora Sisley en la Thyssen... ¿Es que la moda no es arte? Cuando llegamos y Bicoca advirtió que Sisley era un pintor de principios de siglo y no una marca de cosmética se sintió ultraestafada, salió haciendo volar las extensiones indias y en la puerta le dio un Ferrero-Rocher a Cayetano como premio y al guardia ni las gracias.
Por la tarde volví a encontrármela en lo de la Aguja de Oro a Óscar de la Renta. Ahora se había hecho mechas rubias en las extensiones: ¿para olvidar a la india sin cabellera o en homenaje al partido? En esos eventos noto como que se avergüenza de mí. La vi departiendo con Nati Abascal, que a juicio de tanta gente del pijerío es la reina de la elegancia, al igual que Marichalar (en su género), cosa que no deja de sorprenderme. Pero, claro, yo soy de Moratalaz (recordemos). Me senté en un rinconcillo humilde al lado de Rosa Villacastín e intercambiamos maldades. A cada maldad, ella me advertía: no lo escribas. Con lo cual, sólo cuento lo contable: que el único hijo que tiene Óscar de la Renta se lo encontró en un cestillo en una carretera de Santo Domingo y le puso Moisés, y que paga la educación a doscientos niños dominicanos. Como historia humana es conmovedora, a qué negarlo, pero cuando yo me pongo conmovedora, me siento algo falsilla. Cuando soy mala, soy mejor.
Sí que puedo contar que fui la otra noche a cenar a Alnorte, el restaurante de Laura Ponte. La propia Ponte se movía entre las mesas con andares gatunos y vestida de andar por casa. Pero elegante como una princesa (ésta sí). Nos saludó y nos quedamos prendados de sus ojos, sobre todo mi santo y Ruiz Mantilla. Las santas tuvimos que darles sendos codazos para que cerraran la boca, que se les había quedado descolgada. A mí me fascinó la mamá Ponte, la señora Marcela, que me dijo: 'Aquí no tenemos sopa-pedo, pero hacemos lo que podemos; a mediodía, con la fabada conseguimos los mismos efectos secundarios'. A mí cuando una señora me entra de esa manera tan directa es que la pongo en un altar ipso facto. En cuanto a mi santo y Ruiz Mantilla, que aún están en la fase anal, se quedaron melancólicos. Probablemente soñaron esa noche con aquellas mujeres que nunca estarán a su alcance. Que se jodan.
Mi santo durmió agitado: se despertó, me miró a la cara y soltó: '¡Ay!', como con susto. O sea, que cuando se despertó, la dinosauria aún estaba allí.
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