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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Capitalismo a prueba

Suele decirse que la economía política ha fallecido. A manos de la ciencia económica, naturalmente. Cualquiera que recuerde a quienes, siguiendo la vieja senda de Schumpeter, la han cultivado hasta hoy -Mancur Olson o Albert Hirschman, por ejemplo- sabe que ello no es del todo así. Pero, por si cabían dudas, he aquí un tratado general vigoroso, sencillo, irónico, contundente y al alcance de cualquier ciudadano medianamente leído. Y compuesto, todo él, desde la perspectiva clásica de la economía política.

Charles Lindblom, su autor, es profesor emérito de la Universidad de Yale. Su vasta obra estriba en un análisis de los límites de la racionalidad económica. Lindblom ha hecho siempre hincapié en el peso que las circunstancias 'implanificables' e imprevisibles tienen sobre la competencia imperfecta entre los miembros de un mercado. Toda racionalidad, incluida la económica, posee fronteras. Lindblom, empero, no es enemigo de la racionalidad. Al contrario. La considera, eso sí, en expresión que ha hecho fortuna, como una bounded rationality, o racionalidad circunscrita, tanto por lo que respecta al espacio en el que aparece como en cuanto a nuestra capacidad individual para hacer uso de ella.

EL SISTEMA DE MERCADO: QUÉ ES, CÓMO FUNCIONA Y CÓMO ENTENDERLO

Charles E. Lindblom Traducción de Fernando Esteve Mora Alianza. Madrid, 2002 327 páginas. 18 euros

Éste es el libro de un sabio.

Es como si Lindblom, nacido en el último año de la Gran Guerra, en 1918, quisiera haber resumido su saber y legárnoslo en una sola entrega final. Respira el espíritu de quien durante toda su vida académica ha estudiado la economía capitalista (a menudo desde el campo de la política y del poder) como un fenómeno esencialmente ambivalente. Esto es muy de agradecer, en un mundo como el nuestro, repleto por un lado de liberales procapitalistas poco menos que ciegos ante los efectos malignos del mercado y por otro de radicales pertinaces cuyas jeremiadas sobre la mundialización y el capitalismo, en vez de apoyarse en argumentaciones sensatas, se suelen perder en mantras repetitivos sobre un imaginario 'pensamiento único'. Los unos ignoran víctimas inocentes y los otros desconocen las ventajas del librecambio y de la universalización de la libertad económica.

Lindblom ni es enemigo acérrimno ni amigo incondicional del mercado, sino, como suele decirse bromeando, todo lo contrario. Nos lo dice bien claro: 'Lector, ni te invito a que admires ni a que deplores el sistema de mercado'. Lo que nos invita es a que admiremos y respetemos algunas de sus ventajas al tiempo que deploramos con energía sus daños y las heridas que causa. Que sopesemos su esencial ambivalencia. Que juzguemos su complejidad y decidamos la estrategia a seguir. El mercado es hoy un hecho masivo, fundamental. Es parte esencial de la mundialización. Genera posibilidades de coordinación económica, política y cultural sin coordinador. El asunto no necesita ni burocracia ni aparatos parasíticos para ponerse en marcha eficazmente. Pero esa coordinación anónima y automática es, a menudo, cruel. (Aunque tal vez menos que la de otros sistemas: en mis pesquisas sociológicas no he topado aún con gentes que quieran volver al feudalismo. Ni tampoco al stalinismo, por dar un ejemplo casi de hoy). El mercado capitalista erosiona y destruye desigualdades, desencadena talentos, impone criterios de mérito, ingenio y tenacidad en el trabajo a los ciudadanos. Simultáneamente, tiene repercusiones dañinas pues engendra nuevas desigualdades, marginaciones, víctimas si cuento.

El lugar de partida del mercado no es igualitario: Lindblom insiste en que no hay ni habrá igualdad de oportunidades sin descalificar la dignidad, ni buenos resultados de quienes hoy noblemente procuran limar diferencias. El mercado mismo lima algunas desigualdades y hasta fomenta en algunos casos la democracia pluralista pero no oblitera las que llama 'condiciones previas'. Éstas son las que en el fondo no nos permiten competir entre nosotros según el mérito, con justicia y equidad. Las diferencias originales o condiciones previas permiten una desigual distribución de la mala o buena suerte de las gentes. Equivalen a lo que los filósofos morales suelen llamar, añado, suerte moral.

Para Lindblom la eficacia

económica del mercado, esa institución central de todo país moderno, y hasta ya de los que no lo son o lo son a medias, se apoya en última instancia en criterios subjetivos y culturales de racionalidad. Nadie puede afirmar que la mera acumulación de bienes o que el consumo infinitamente ilimitado de ellos constituye un fin racional ni sostenible, ni bueno en sí. Lo malo es que, en condiciones de mercado, tales desmanes ocurren porque quien los determinan son las élites frente a la masa. Esta vieja dicotomía sociológica, entre élites (del poder y del control) y las masas (subordinadas y en buena medida impotentes, así como manipuladas) sorprende por su reaparición en una obra tan madura y magistral. Pero no seré yo, desde este rincón de Babelia, quien me ponga a argumentar en contra de una idea con la que discrepo, al menos en la forma en que la presenta el maestro. Seguro que ustedes, posibles lectores, también hallen alguna que otra idea con la que diferir. Pero en su conjunto, pienso, tiempo hacía que uno no leía un texto tan pleno de sensatez, tan convincente, tan necesario. No tiene desperdicio.

La traducción, de Fernando Esteve, es excelente. El índice es bueno. No así en cambio la literatura que recomienda el autor al final: no nos dice qué ediciones castellanas se encuentran a nuestra disposición de los libros que recomienda. Pero éstos son peccata minuta. Léanlo y no esperen a que lleguen las vacaciones.

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