Perder
Somos mejores después de perder, más solidarios. El gesto abatido del presidente del Gobierno después de la Cumbre de Sevilla es el más humano que se le conoce, y no porque perdiera en la Cumbre, que eso no se sabe o importa poco, sino porque su equipo perdió ante Corea del Sur. El Rey sabía que la moral estaba tocada; no se sabe si le dio una palmadita a Aznar en su dolorida espalda, pero a Joaquín lo hizo un hombre.
Si el excelente delantero andaluz hubiera marcado ese desdichado penalti hubiera recibido menos abrazos que los que ha tenido en la amarga derrota. A lo mejor su 'partidazo' -en el juicio del Monarca- se hubiera diluido en la euforia general que no pudo ser.
Tal ha sido la dimensión del robo -pues fue un robo, en esto deben de estar de acuerdo incluso los perversos que desearan la derrota- que ha tenido hasta baluartes solidarios en el extranjero. Günter Grass, un espectador sólido del fútbol mundial, lamentó la eliminación por robo, que no es nueva en el fútbol, y Gari Kasparov decía ayer aquí que los directivos mafiosos amañan los resultados para producir este tipo de catástrofes.
Fue demasiado temprano para perder, literalmente; en los rostros de Aznar y sus ayudantes, informales, en mangas de camisa, preparados seguramente para hacer el gesto de Schröeder y ser fotografiados en un momento de exaltación patriótica, se veían los ojerosos efectos de la madrugada. En Canarias lo vimos una hora antes, y nunca se sabe lo que es esa diferencia horaria hasta que se produce tan temprano y con efectos tan decepcionantes.
Lo cierto es que fue una derrota, pero no sólo porque ganaron Corea y el árbitro, sino sobre todo porque a todos los que vimos el partido -el presidente incluido- se nos heló la madrugada invadida por la melancolía de la pérdida. Fue como después del coito, pero con muchísimo menos placer.
Siempre nos quedará el placer de Brasil.
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