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Columna
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Perder

Juan Cruz

Somos mejores después de perder, más solidarios. El gesto abatido del presidente del Gobierno después de la Cumbre de Sevilla es el más humano que se le conoce, y no porque perdiera en la Cumbre, que eso no se sabe o importa poco, sino porque su equipo perdió ante Corea del Sur. El Rey sabía que la moral estaba tocada; no se sabe si le dio una palmadita a Aznar en su dolorida espalda, pero a Joaquín lo hizo un hombre.

Si el excelente delantero andaluz hubiera marcado ese desdichado penalti hubiera recibido menos abrazos que los que ha tenido en la amarga derrota. A lo mejor su 'partidazo' -en el juicio del Monarca- se hubiera diluido en la euforia general que no pudo ser.

Tal ha sido la dimensión del robo -pues fue un robo, en esto deben de estar de acuerdo incluso los perversos que desearan la derrota- que ha tenido hasta baluartes solidarios en el extranjero. Günter Grass, un espectador sólido del fútbol mundial, lamentó la eliminación por robo, que no es nueva en el fútbol, y Gari Kasparov decía ayer aquí que los directivos mafiosos amañan los resultados para producir este tipo de catástrofes.

Fue demasiado temprano para perder, literalmente; en los rostros de Aznar y sus ayudantes, informales, en mangas de camisa, preparados seguramente para hacer el gesto de Schröeder y ser fotografiados en un momento de exaltación patriótica, se veían los ojerosos efectos de la madrugada. En Canarias lo vimos una hora antes, y nunca se sabe lo que es esa diferencia horaria hasta que se produce tan temprano y con efectos tan decepcionantes.

Lo cierto es que fue una derrota, pero no sólo porque ganaron Corea y el árbitro, sino sobre todo porque a todos los que vimos el partido -el presidente incluido- se nos heló la madrugada invadida por la melancolía de la pérdida. Fue como después del coito, pero con muchísimo menos placer.

Siempre nos quedará el placer de Brasil.

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