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AULA LIBRE
Columna
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¿Enseñanza religiosa escolar?

La enseñanza de la religión en la escuela se encuentra hoy ante un dilema de difícil solución. De un lado, vive en zozobra por su propia ambigüedad, ya que no casan bien los términos religión y escuela. De otro, la religión ha dejado de ser un factor de cohesión social y de identificación personal. No es fácil incorporarla como asignatura en la escuela pública.

Algunos padres y maestros católicos de talante dogmático pretenden que la clase de religión sea catequesis, como siempre lo ha sido; otros -creyentes o no- la entienden como enseñanza cultural religiosa necesaria y no faltan los que intentan eliminarla radicalmente de la escuela pública, al sostener que lo religioso es un valor acrítico e ineficaz; por consiguiente, el Estado aconfesional no debe subvencionar la clase de religión.

Antes de la transición política del franquismo a la democracia y del giro copernicano dado por el Vaticano II hubo en España una enseñanza religiosa escolar basada en el catecismo, obligatoria e impositiva, cuyos resultados a la larga han sido en general negativos. En la sociedad pluralista y secularizada actual, nuestros adolescentes y jóvenes manifiestan 'un soberano desinterés por la religión y el sentido religioso', según encuestas recientes de los sociólogos. Por otra parte, los logros religiosos adquiridos en un plano meramente cultural son mínimos e insignificantes. Según una encuesta reciente, la Iglesia es una realidad que apenas importa a nuestros jóvenes (el 6%), como la política (el 4%). De aquí no cabe deducir -sería una ligereza- que tanto la educación política como la cultura religiosa sobran. Sin duda, algo grave falla en nuestro sistema educativo.

El dilema se presenta entre una cultura religiosa para todos y una educación confesional propia de los creyentes. Con todo, no es fácil trazar una raya en la religión escolar entre lo meramente cultural y lo genuinamente religioso. Evidentemente, la religión no puede estar en la escuela si anula la personalidad, coarta la libertad o recorta el proceso educativo de los alumnos. Por el contrario, cabe en el cuadro escolar si por su propia naturaleza es educativa, humanizadora y liberadora. Las críticas a la religión han dado un giro notable, desde los maestros de la sospecha (Marx, Freud y Nietzsche) hasta los críticos actuales, respetuosos con el fenómeno místico y la teología de la liberación. La religión tiene que ver con lo inefable y con el ámbito del misterio, que no se reduce a lo puramente racional y lógico.

Es, pues, aceptable la religión escolar si sus objetivos coinciden con los del proceso educativo, aportando lo específico del dato religioso, relativo a las preguntas por los últimos problemas de la vida o por su sentido. La religión escolar puede ser defendida como un derecho de la persona relativo a la formación integral humana. Nuestra Constitución reconoce a los padres, incluso agnósticos o ateos, la elección para sus hijos de una educación conforme a sus creencias o increencias religiosas.

De otra parte, la enseñanza del fenómeno religioso es necesaria para interpretar la cultura heredada. Recordemos el cúmulo de referencias cristianas que poseen el patrimonio artístico, las fiestas y costumbres, los ritos populares y ciertas formas sociales de vida. Es decir, la religión se justifica en el ámbito escolar desde su capacidad cultural educativa e interpretativa.

Hace un par de años, un 78% de estudiantes optó por la asignatura de la religión en sus colegios, influidos probablemente por sus padres, que en el fondo demandan una religión al viejo estilo, propio de nuestras madres o abuelas cuando afirmaban ingenuamente de alguien que se desmandaba: '¡Si no tiene religión, cómo va a tener moral!'. En cualquier caso no cabe la imposición religiosa, pero tampoco se entiende el analfabetismo religioso de muchos estudiantes universitarios.

La religión pertenece a lo más íntimo y profundo del ser humano. Es lenguaje o forma de expresión. Entendida como cultura, permite echar una mirada honda sobre lo humano. Gracias a Dios, ha pasado la moda de ser antirreligioso para ir de progre por la vida, aunque algunos -ingenuos más que maliciosos- todavía siguen en sus trece. Desgraciadamente, vivimos las consecuencias de un país otrora católico por obligación y bíblicamente ignorante.

Parece razonable que la enseñanza religiosa puede estar en la escuela como materia académica, racional y razonable, e incluso crítica, que forme parte de la educación total. Claro está, la religión en la escuela exige un tratamiento académico particular: tiene que ver con la conciencia y la vida moral, con la fe, la ciencia y la cultura.

Por respeto a la libertad de conciencia no deberá tener la clase de religión carácter obligatorio ni siquiera en los centros católicos. La experiencia ha demostrado que su imposición es perniciosa, puesto que atenta contra la libertad religiosa. El Vaticano II nos recuerda que 'el descuido de la educación religiosa o la exposición inadecuada de la doctrina.... han vedado, más que revelado, el genuino rostro de Dios y de la religión' (GS 19).

Abogo, como muchos otros, por una oferta de cultura religiosa y ética general para todos los alumnos, por profesores convenientemente titulados, en aras de una convivencia democrática tolerante, libre y solidaria. No sólo por razones culturales, sino por el aprecio de valores, normas y actitudes derivados desde una religión bien entendida, sin proselitismos, apologéticas y laicismos.

Casiano Floristán es profesor emérito de la Universidad Pontificia de Salamanca.

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