Oratorio lorquiano
De ópera flamenca califican a esta obra en la promoción. A mí más bien me parece un oratorio, una cantata-oración en que el emblemático poema de García Lorca es elevado de manera recurrente a la categoría de música sacra. En cualquier caso, no sería ópera en el sentido que se daba en un tiempo al flamenco de carácter ligero e intención masificante, sino obra mayor de representación escénica en que los textos son totalmente cantados.
Obra de belleza sorprendente y total, digna de ser presenciada y escuchada en recogido silencio, como ocurrió la noche del viernes en Madrid. No había otra forma de corresponder al respeto, contención y dignidad con que se producían en el escenario quienes daban voz, música y presencia al estremecedor treno que inspiró a Lorca la muerte en el ruedo de su amigo Ignacio.
Vicente Pradal es el principal artífice -con Michel Rostain como director de escena- de este verdadero acontecimiento de arte español que nos llega de Francia. Nació en Toulouse (1957), pero toda su familia procedía de Almería.
Con él todos los demás, incluso los músicos (un argentino, una noruega, dos franceses), los extraordinarios músicos que en el escenario participan de la acción y dan a sus instrumentos una personalización que supera rotundamente su convencional cometido de emitir armoniosos sonidos. Luna, como esposa del torero muerto, ofrece una presencia transida de desolación y angustia, y participa en el canto/cante, como Pradal, Manzo y Luis de Almería, con sobriedad y eficacia ejemplares.
Espectáculo admirable, de estética rigurosamente austera, con una economía de recursos expresivos que aumenta su belleza. Me pregunto por qué en España no lo hemos conocido hasta hoy, siendo su producción de 1998 y no estando sobrado el flamenco de espectáculos de esta fascinante jerarquía.
Babelia
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