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LA COLUMNA
Columna
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Transformar el ensayo

Josep Ramoneda

NO TARDÓ EL GOBIERNO en emitir las señales de cómo piensa gestionar la resaca de la huelga general. Primero, minimizarla; después, desplazar el centro de atención del conflicto hacia el partido socialista. El descrédito de los políticos es suficientemente grande como para pedir que sean un poco más cuidadosos con lo que dicen. Negar que la huelga haya existido, como hizo Pío Cabanillas, justo después de levantarse, es un exceso de celo del empleado en el cumplimiento de la consigna que arruina la credibilidad de su amo. Con tono de gravedad, discreción con los sindicatos y todas las baterías concentradas sobre el PSOE, Rodrigo Rato afinaba mucho más la estrategia y las consignas. Moderación en las críticas a los sindicatos para no consolidar la imagen de arrogancia gubernamental y esfuerzo en desviar todo el mal humor contra el PSOE. Éste es el guión a seguir en las próximas semanas. De hecho, es la constante estratégica del PP desde que se empezó hablar de huelga general. Aznar pensó que Comisiones Obreras no seguiría el señuelo y que de este modo podría arrinconar a UGT y al PSOE. Pero esta vez falló la pinza, quizá porque, a pesar del poder acumulado, Aznar no lo tiene todo tan atado como desearía: en una sociedad medianamente abierta, el poder absoluto es imposible. De este error de Aznar surge todo lo demás: cuando se dio cuenta la huelga ya era imparable.

Ahora, atacar a los sindicatos podría ser interpretado como resentimiento o como intolerancia. Pero queda al PSOE. Y contra él irán los dardos. ¿Es acertado estratégicamente? ¿O el PP está haciendo un favor a Zapatero al convertirlo en la referencia de todos los agraviados por el Gobierno? El trabajo de construcción del enemigo, en política, es muy delicado, porque a veces en vez de hundirlo se le ayuda a crecer. Pero la huelga, aun en su desigual seguimiento, ha acabado con la imagen de omnipotencia del PP y alguien tiene que pagarlo. Cabe preguntarse si la huelga es políticamente positiva para el PSOE. En medios socialistas se piensa que sí, por dos razones: porque el hecho mismo de la huelga transmite una imagen de descontento con el Gobierno, incluso superior a la realidad, que abre expectativas de cambio. Y porque con su apoyo a la huelga el PSOE recupera algún tinte de izquierdas para compensar tanto viaje al centro y tanta moderación en el estilo, lo cual no le viene mal de cara a su electorado tradicional.

Toda huelga general deja una marca en la piel del que gobierna. Y es un signo inequívoco de que las mayorías ni son tan absolutas ni son eternas. Pero para que tenga transformación política se necesita una alternativa. Precisamente porque ésta no existía el PSOE obtuvo mayoría absoluta un año después de la huelga general del 88. ¿Está ahora el PSOE en condiciones de sacar de esta huelga el rendimiento que no pudo obtener entonces el PP? La respuesta pasa por dos cuestiones: una que tiene que ver con el PSOE y otra que es estructural a nuestra democracia.

La huelga general no deja de ser una expresión de cierta impotencia socialista. Si la gente ha salido a la calle no sólo contra el decretazo sino sobre todo contra el autoritarismo del Gobierno es, en parte, porque la oposición no ha sido capaz de frenar el uso avasallador de la mayoría absoluta. Zapatero tiene ahora la oportunidad de ponerse delante de una manifestación que empezaron otros -y que fue creciendo por aluvión- y liderarla políticamente. La huelga general supone para Zapatero una exigencia: convertirse ya en alternativa. No puede volver a llegar tarde.

La cuestión estructural tiene que ver con la pervivencia de síndromes del pasado en nuestra democracia. Vivimos en un país en que hay una inercia de adhesión al que manda que hace muy lentos los procesos de alternancia. El que gobierna tiene una prima extraordinaria. Y ésta es una de las causas de una de las más extrañas anomalías de nuestra democracia: que la huelga general se está convirtiendo en el instrumento ritual para expresar el descontento frente a las mayorías absolutas y plantar cara a los abusos de quienes desde la peana del poder han olvidado que no todo es posible. Es decir, faltan mecanismos regulares para el control de las mayorías absolutas y, como consecuencia de ello, se acude a mecanismos excepcionales, llevándolos más allá de su natural función. La huelga general anima una vida política rodeada de indiferencia. ¿Será el PSOE capaz de transformar el ensayo o se impondrá la línea de choque del PP a la hora del contraataque?

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