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HORAS GANADAS
Columna
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Oriente es Occidente

Rafael Argullol

Mientras leía el último libro de Elémire Zolla editado aquí, La nube del telar, me he enterado de su reciente fallecimiento y he recordado cómo, la única vez que lo había visto personalmente, en Roma, insistió en la necesidad de 'dignificar' los estudios sobre las culturas orientales. Me dijo que, a menudo, los libros de estas culturas, o que trataban sobre ellas, se encontraban en las librerías italianas junto a los libros genéricamente considerados esotéricos o, casi aún peor, a los que cómicamente son denominados de autoayuda. Como profundo conocedor de aquellas tradiciones -y también, naturalmente, de la occidental, como se reflejó en su gigantesca antología Los místicos de Occidente-, Zolla encontraba deplorable esta actitud.

Le contesté que en España la situación es todavía mas precaria que en Italia. Mientras que los países que se habían avanzado desde el siglo XIX, e incluso antes -Francia, Gran Bretaña y Alemania-, tenían líneas completamente dignificadas en la publicación de los clásicos orientales, los países que habían dejado de lado el estudio de Oriente, como el nuestro, ofrecían un panorama desolador en el que con irritante frecuencia se mezclaban la pobreza intelectual y el torpe espiritualismo de los charlatanes. A este respecto era evidente que la miseria editorial era la consecuencia de la desatención universitaria y ésta, del provincialismo mental de la propia sociedad.

Afortunadamente, si tuviera que contestar ahora a Elémire Zolla podría informarle de algunos progresos, todavía insuficientes pero que ilustran un gradual cambio de actitud. Podría decirle, por ejemplo, que el libro suyo que estaba leyendo se integraba en una colección -Orientalia, de la editorial Paidós- de enorme interés para la construcción de un fondo textual riguroso que acerque al lector el mundo de las civilizaciones de Oriente. Podría citarle también los esfuerzos de otras editoriales en esta dirección, Siruela, Trotta y su colección Pliegos de Oriente y, cómo no, los de la más antigua y constante Kairós, pionera en tantos frentes cuando se trata de sabotear la estrechez de miras y la pusilanimidad mental. Los libros de estas editoriales -y la de otras pocas- han contribuido a enderezar algo el nefasto entuerto: Confucio, Buda, Ibn-Arabi o Rumi ya no son necesariamente nombres que van a autoayudarnos ni será obligatorio que Corbin, Massignon o Zimmer formen parte de las estanterías esotéricas.

No obstante, había en la protesta de Zolla -que había tenido que soportar él mismo la acusación de ser un 'autor esotérico'- una carga de mayor profundidad que se dirigía contra los cimientos mismos de una actitud espiritual, de un talante, que preservaba para Occidente el monopolio de la Razón. El mismo subtítulo de su libro -La nube del telar- es toda una declaración de principios: razón e irracionalidad entre Oriente y Occidente. Zolla opinaba que, mientras la cultura occidental se sintiera poseedora única del principio de racionalidad, arrojando a las otras culturas a las tinieblas irracionalistas (mientras se contara en nuestras escuelas, cuando se cuenta algo, que nosotros fundamos la civilización al pasar del mito a la razón), apenas sería posible comprender los vasos comunicantes que alimentan las mejores raíces de la creatividad humana. Zolla, que nunca se había preocupado por ser políticamente correcto, era en cierto modo un visionario que se había adelantado a escenarios que sólo hoy, en Europa, aparecen marcados con hierro candente.

Para argumentar que esos vasos comunicantes están tanto en nuestro pasado como en nuestro futuro, Elémire Zolla echaba mano de su asombrosa erudición y de aquella capacidad intuitiva. Oriente y Occidente se habían necesitado en el pasado y se necesitarían aún más en el futuro. En La nube del telar cita un proverbio del Sutta-nipâta que resume en escasas líneas esa perspectiva: 'Tal como soy yo, así son ellos; como son ellos, así soy yo. Identificándonos con los demás, nos abstenemos de muertes y daños, sin hacer matar o dañar a otros'.

En momentos como los actuales en que Europa se debate entre el miedo a la invasión de los bárbaros y el peligro de ser bárbara ella misma, a través de su terror, es crucial que los encuentros no se produzcan únicamente en las superficies políticas, sino sobre todo en estas capas más profundas en las que se adivina que todos los ríos subterráneos nutren el mismo mar. Si se trata de desterrar todo fundamentalismo -y de eso se trata-, es obligatorio desterrar asimismo todo monopolio de la razón y toda complacencia exótica basados en supuestas superioridades. Desde el punto de vista de los dogmas, 'nosotros sólo queremos ser nosotros'; desde el punto de vista del conocimiento, como sugiere el proverbio antes citado, nosotros podemos ser tranquilamente ellos.

Elémire Zolla reivindicaba la introducción general de estudios orientales en universidades e instituciones culturales. Algo se ha avanzado. Pero debería hacerse mucho más, tanto en el ámbito universitario como en el de la edición. Sin exotismos, sin esoterismos, sin seudoespiritualismos. También como una exigencia política o, si se quiere, mejor, a la política. A este propósito, que se haya impulsado en Barcelona la Casa Asia, un centro en cierto modo simétrico a la Casa de América localizada en Madrid, podría ser la mejor de las noticias si esta institución se convierte en un catalizador de las energías que España debe dedicar a Oriente y, simultáneamente, absorber de Oriente. Cuando tanto se habla de las apuestas de Barcelona, no tengo ninguna duda respecto a ésta. Apuesten realmente por la ruta de Oriente y apuesten de verdad: con ambición y con respeto. Es la mejor forma, como diría seguramente Zolla, para comprender de nuevo a Occidente.

Es evidente que en un periodo de migraciones masivas como es el nuestro la ampliación de los horizontes mentales -de unos y de otros- es el único auténtico amortiguador del temido choque de civilizaciones profetizado por augures que parecen interesados en que realmente se produzcan. Pero no podemos renovar nuestros cimientos espirituales sólo para ser más tolerantes (los términos acaban gastándose de tanto abusar de ellos), sino para comprendernos más. De otra manera: no por temor sino por deseo.

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